CELO SABIAMENTE ADMINISTRADO
La palabra “celo” apenas se usa en la actualidad. Hoy hablamos de tomar las cosas con calor, con pasión, o de que algo nos dice mucho, nos llega muy dentro. Eso es lo que le sucedía a Claret con la causa de Dios y la causa del hombre. A sus misioneros les dejó la consigna de que procurasen “encender a todo el mundo en el fuego del divino amor” (Aut 494). Así pasó él por el mundo; eso era para él el celo, la pasión, la razón de su vivir.
Él sabía que no era el único que tenía esa ilusión, el único arrastrado por el “celo de la gloria de Dios”. Pero no todos sabían “administrar” ese “celo” con la misma mesura y equilibrio. Hay profetas serenos y hay vocingleros atormentados y atormentadores. Él nunca quiso ser de estos últimos. El filósofo Jaime Balmes dijo acerca de la predicación de Claret: “Poco terror; suavidad en todo”. La experiencia le había enseñado que, si se los amedrenta, los malos se endurecen y los buenos se enloquecen. Él conoció a sacerdotes tan preocupados por las cosas de Dios que se olvidaban de “las buenas maneras” y hasta del elemental respeto a sus hermanos.
La transmisión de la fe no es hoy tarea fácil. Y es admirable el empeño heroico de padres de familia, educadores, sacerdotes y catequistas. Quizá en ciertos ambientes sea necesario un testimonio “agresivo”, en el sentido de audaz, no encogido ni acomplejado, con la frente muy alta… A veces deberá ejercerse la “denuncia profética” ante situaciones de injusticia ciertamente no queridas por Dios. Pero esa peculiar “agresividad” no podrá nunca recurrir a la falta de respeto y de modales elementales… En definitiva, el creyente propondrá y ofrecerá a otros humildemente el tesoro que a él se le ha regalado.