AMOR ACRISOLADO
Recuerdo sus nombres, pero no vienen al caso. Se comían el mundo; con poco más de dieciséis años creían saber más del matrimonio y de la vida que sus padres. Tenían buen corazón. Obraban con sinceridad, pero también con mucha ingenuidad. Participaban regularmente en la vida de los cristianos de su edad: encuentros, celebraciones, misa dominical, pascuas juveniles, campamentos… Un día – lo hacían a menudo – se acercaron especialmente felices al catequista. Se habían hecho un pequeño corte en el brazo de cada uno y habían mezclado sus sangres; no iban a separarse jamás. No era tiempo de casarse, pero querían vivir como si lo estuvieran.
Al poco tiempo ella desapareció. A él le conocimos pronto otra pareja, también de gran corazón. Eso sí, de vez en cuando se le notaba cierto poso de tristeza: la vida ya le había dado algún golpe. Parecen términos raros, pero todos tropezamos con ellos alguna vez. Claret los conoció de sobra: prueba, tribulación… Los estudiosos de la Biblia llegan a decir que en el padrenuestro sería más fiel al original traducir “no nos dejes caer en la prueba” que “en la tentación”.
Es incómodo, pero es así. Nuestro amor, el que devolvemos a Dios y el que volcamos hacia los otros, pasará por la prueba. No cabe amar sin sufrir. No se trata de una pelea a puñetazos, ni de un reto para superhombres. Claret lo aclara bien en otros textos: Jesús no abandona, no nos deja solos, acompaña, asume nuestras cargas. Va a haber pelea, pero estaremos bien acompañados. Su Espíritu, el de nuestro Padre y nuestra Madre (como le gustaba recordar a Claret), luchará junto a nosotros.
¿Sientes la tentación de querer vivir una fe con Domingo de Pascua sin Viernes Santo? ¿A quién recurres cuando las cosas se complican? ¿Sufres mucho por el Amado?