AHOGAR EL MAL CON EL BIEN
Los antiguos manuales de ascética enseñaban a que cada uno buscase su “pasión dominante”, es decir, el defecto que más entorpecía su progreso espiritual. Una vez descubierto, se establecía todo un programa de lucha contra él. Pues bien, alguien que conoció de cerca de Claret afirmó que “su pasión dominante” era la predicación.
Claret fue ante todo un predicador. Fundó sus misioneros con un objeto inmediato: misiones populares y ejercicios espirituales. Sólo posteriormente, siempre en relación con el servicio de la palabra, asumieron otros ministerios. Es inimaginable el número de sermones predicados por Claret. En julio de 1861, mientras preparaba un viaje con la familia real, escribía: “La pena mayor que tengo es tener que estar estacionario en esta corte. Es verdad que predico siempre en las cárceles, hospitales, hospicios, colegios, conventos y pueblo; pero no me satisface; yo quisiera correr… El día 15 saldremos para Santander, en que pienso saciarme…” (EC II, p. 321). En ese viaje sucedió lo inaudito: durante la parada del tren real en una estación, Claret, desde la ventanilla, hizo una plática a la gente que estaba en el andén. Al regreso, el 16 de agosto, predicó en Burgos once sermones.
Como la palabra hablada le parecía poco, Claret se dedicó con asiduidad a la pluma. Ya en 1847 había fundado una editorial, la Librería Religiosa, entendida únicamente como medio de apostolado. Él publicó unas 120 obras; como la jornada solía dedicarla a predicar y confesar, escribir tantas obras “robando horas de sueño”.
Qué bueno sería que en muchos creyentes de hoy se diese una “pasión dominante” tan bien orientada y una “astucia evangélica” que les indicase los resquicios por donde introducir con eficacia el mensaje de la fe.