DIGNIDAD DE LA ORACIÓN
Claret escribió varias reflexiones sobre la oración a modo de diálogo. Este texto pertenece a una que vio la luz hacia 1864. Es obra de un misionero maduro, al que la vida y el Espíritu han ido curtiendo, que ha aprendido magistralmente a distinguir lo principal de lo secundario, lo sustantivo de lo coyuntural.
No se trata de una cosa cualquiera. Esa capacidad de distinguir lo realmente relevante de lo que tiene mucha menos importancia es crucial. Adquirirla abre la puerta de la paz y de la felicidad. ¡Cuántos esfuerzos y momentos de paz y humor hemos perdido por no dar a cada dimensión de la vida el verdadero valor que tiene! ¡Cuántas familias y amistades se rompen por nimiedades! ¡Cuántos caminos de crecimiento cristiano se estropean por algo secundario! Recordemos la sabiduría del primer concilio: “el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no poneros más cargas que las imprescindibles” (Hch 15,28). Cada día tiene su afán; cada realidad tiene su relevancia.
Y para Claret la jerarquía está muy clara. Pocas líneas más adelante escribe, citando a San Buenaventura: “nada te debe gustar tanto como estar y tratar con Dios, que es lo que se hace en la oración”. Una oración a la que, según sus palabras, no están sólo invitados los clérigos, sino todos los fieles, hombres y mujeres. El diálogo es bien hermoso; en la oración se cultiva todo: la humildad, la fe, la esperanza, la caridad… A los bautizados -escribe- se les ha abierto el camino del cielo, y la clave para entrar está en la continua oración.
¿Cómo entiendes la oración? ¿Qué relevancia tiene en tu vida de cada día? ¿Cuidas los momentos en los que puedes estar con Dios y tratar de amistad con Él?