SÓLO JESÚS ES EL SEÑOR
Salamanca. Verano. Hacía bastante calor, la gente intentaba no salir a la calle. En ella, sin embargo, nos cruzamos: ellos -abuelo y nieto- iban delante de mí. Los adelanté justo cuando miraban un escaparate. Al pasar, oí el comentario del niño: “¡Abuelo, como te sigas parando en todas las tiendas, no te saco más de paseo!” Aceleré el paso aguantándome la risa. Mi mirada se cruzó, sonrientes ambas, con la del abuelo. No era para menos; aquel mocosillo estaba convencido de que era él quien llevaba de la mano a su abuelo.
La imagen regresa con frecuencia a mi cabeza. ¿No nos pasa lo mismo a muchos de nosotros cuando consideramos nuestra relación con Dios? En realidad, ¿quién lleva a quién? No pocos -y me incluyo yo mismo- vivimos como si sacáramos a Dios de paseo, como si nosotros fuéramos el principal, el señor, y Él el ayudante. La escena del niño nos da risa; su aplicación a nosotros mismos debería darnos pena.
De todos modos, lo más probable es que Dios se ría, como nosotros del mocosillo. En realidad es eso lo que somos: mocosillos que se creen catedráticos. ¡Cuidado con la soberbia! Como nos advierte Claret, no es buena compañera; al revés, abre la puerta a actitudes peligrosas que nos hacen mucho daño.
San Pablo se entendía a sí mismo como enviado a suscitar en los paganos “la obediencia de la fe” (Rm 1,5), que parece debe interpretarse como “la fe que se traduce en obediencia”, en dejar a Dios hacer; es decir, justo lo contrario de la autosuficiencia, esa actitud radicalmente irreconciliable con el evangelio
Seguid saliendo de paseo, pero no penséis que sacáis al Señor. Él sabe salir solo.
¿Quién gobierna tu vida? ¿Qué proporción de escucha hay en tu oración? ¿En qué medida dejas que el Señor pueda ser realmente “señor”?