CARIÑO A LOS MISIONEROS
Esta carta de San Antonio María Claret al P. José Xifré, superior general de la Congregación de Misioneros por él fundada, es uno de los textos más entrañables para los claretianos y que mejor muestran la “fiebre” apostólica de Claret y su afecto humano por sus misioneros; la dimensión espiritual y humana, perfectamente armonizadas, formando una única realidad, experiencia y vida… Claret dice que escribe la carta con lágrimas en los ojos. Junto con la carta les enviaba un “papelito” que contenía lo que se ha dado en llamar “la definición del misionero”, que refleja a la perfección su alma de apóstol y deseaba que cada misionero copiase y llevase siempre consigo. Dicho texto, con ligeras variantes, lo incluyó un año más tarde en su Autobiografía (n. 494).
Ahí aparece claramente su personalidad interior y la fuerza apasionada de su celo apostólico. Dada su importancia, verdadera y apretada síntesis de su espíritu, vamos a copiarlo: “Yo me digo a mí mismo: Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nada le arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas”.
Todo cristiano, según las características de su vocación y sus posibilidades, debe vivir este mismo espíritu, que no es más que la vivencia en plenitud del propio bautismo y confirmación. En cierto modo es la definición del espíritu del mismo Jesús. Razón de más para que los misioneros claretianos y cuantos participan de su espiritualidad y misión conserven y acrecienten esta riquísima herencia que el P. Claret les legó.