LO QUE A MARÍA MÁS AGRADA
Los dolores de María, que Claret nos invita a tener presentes, se inician al poco del nacimiento de Jesús y terminan cuando María deja sepultado el cuerpo de su Hijo tras verlo crucificar y sostenerlo muerto en sus brazos al pie de la cruz. En la frase de Claret late esa imagen del sepulcro: Jesús crucificado, el que fue depositado en la tumba, puede yacer también en nuestro corazón.
Con el lenguaje de su tiempo (difícilmente podría haber usado otro), Claret exhorta a recibir “dignamente y a menudo” la Eucaristía. Un siglo después, tras la inmensa experiencia de gracia que supuso el Concilio Vaticano II, la Iglesia -sin renunciar al ‘recibir’- nos invita más a ‘celebrar’. Las demás expresiones mantienen su sentido: podemos celebrar más o menos dignamente y hacerlo con mayor o menor frecuencia. ¡Qué recuerdo tan bello el de aquellos cristianos del siglo IV que fueron a la muerte afirmando: ‘sin celebrar el domingo no podemos vivir’! Su frase sigue haciéndose realidad en miles de creyentes que, para participar en la asamblea eucarística del fin de semana, hacen muchos kilómetros o caminan unos pocos metros con un inmenso esfuerzo. Sin la Eucaristía no podemos vivir. Su celebración frecuente (‘a menudo’) se convierte en nuestra fuerza y en una excepcional experiencia de gracia.
Las cosas más valiosas de la vida sólo se aprecian en su justa medida cuando dejan de tenerse. En estos tiempos en los que, en países que han albergado Iglesias llenas de vida, muchas comunidades han de contentarse con una eucaristía mensual, valoremos la posibilidad de participar con frecuencia en la celebración eucarística, el privilegio de poder acercarnos al sagrario a escuchar a Jesús y a dialogar con él.
¿Juega la Eucaristía en tu vida el papel que debería? ¿Qué te sugiere la invitación de Claret a celebrarla con dignidad y a menudo?