AMOR PACIENTE
Hay ocasiones en que nuestra vida nos parece inútil, insignificante o poco interesante. Pero el valor de nuestra vida no se mide por lo que hacemos; nuestro estado de ánimo no cambia de hecho nuestra dignidad como personas ni el valor que tenemos a los ojos de Dios. No valemos por lo que hacemos, sino por la dignidad que tenemos como personas, como hijos de Dios. Cada uno es único e irrepetible. Cada uno personalmente somos muy importantes para Dios, porque somos creaturas suyas, hechos a imagen suya. Y nos quiere por nosotros mismos, aprecia tanto nuestro ser y nuestra historia que no nos cambia por nadie. ¡Valemos mucho a los ojos de Dios!
Podrán cambiar las circunstancias de nuestra vida, podremos ser grandes pecadores, sentirnos bien o despreciarnos. El Señor sigue siendo el mismo, mantiene su amor por nosotros, nos sostiene en las dificultades y nos da el gozo de la vida y la alegría de las cosas buenas de cada día. Da el fruto a cuanto hacemos en su nombre, porque todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido del Señor. Hacedlo todo en nombre del Señor, dice San Pablo (cf. Col 3,17), porque lo que hacemos en su nombre, en comunión con él, tiene la fuerza del Espíritu Santo y la eficacia de su poder.
En la vida y en la muerte, somos del Señor, vuelve a decir Pablo (cf. Rm 14,8). En los momentos de alegría y en los momentos de dolor, está siempre presente el Señor. Es como el sol: no porque esté nublado y no lo veamos, deja de estar ahí.
¿Pides alguna vez al Señor el don de la fe para reconocerle y sentirlo junto a ti, fortaleciéndote, consolándote, animándote, dándote su paz, o te lamentas y reniegas de él cuando te parece que él está ausente de tu vida o es sordo a tus llamadas?