PERDÓN A LOS ENEMIGOS
Normalmente consideramos amigos a los que nos quieren bien, porque hablan bien de nosotros o porque nos ayudan. ¿Quién no es agradecido y bondadoso con quien te favorece o te presta un servicio? Eso, como el amar a los que te aman, saludar a tus amigos, lo hacen hasta los paganos, dice Jesús.
Y por otro lado, a todos nos parece normal que quien comete un delito pague, y que pague en la medida proporcional al daño causado. Es el “ojo por ojo y diente por diente”. Es lo justo, según la justicia humana. Incluso puede ser el modo de impedir que la respuesta al mal desencadene una venganza desproporcionada y cause más mal que el que se intenta combatir.
La enseñanza de Jesús va más allá. Dice a sus discípulos: “Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen” (Mt 5,44). Pero ¿es posible? ¿Cómo puedo sentir simpatía por mi enemigo, cómo puedo amar a quien me ha hecho daño, cómo puedo controlar mis sentimientos ante quien me hiere o ante quien me ha arruinado la vida? Jesús no habla de sentimientos de amor, sino de amor verdadero. Es decir, haz siempre el bien, incluso a tu enemigo, porque lo que es bueno para él lo es para ti también. Si tu enemigo es un malvado que te ha hecho el mal, no lo seas como él, haciendo también el mal. Serías como él, abdicarías del amor, perderías tu dignidad por el odio o el resentimiento, envenenarías tu corazón.
Ése es el comportamiento de Dios, que hace llover sobre justos y pecadores, que quiere a todos porque todo hombre es hijo suyo. Dios no puede hacer el mal a quien no le ama, no destruye a quien le desprecia, porque es Padre. Es lo que Jesús no sólo predica, sino que vive y expresa en el momento crucial de su muerte: perdona, ama, da la vida por todos, incluso por sus verdugos.
¿Has pensado alguna sobre tus reacciones ante quien te ha perjudicado o te sigue perjudicando? ¿Te has puesto a su nivel devolviendo mal por mal?