EL APÓSTOL SE DESVIVE
En cierta ocasión, un profesor me comentaba que Pedro estaba enamorado de Jesús. No lo había considerado antes así, pero, pensándolo bien, creo que sólo desde ahí puede entenderse que se viera lanzado a ser pescador de hombres. Se sintió fascinado, atraído por su bondad, sus palabras, su misericordia… Y así Pedro fue cambiando, transformándose. El primer seducido fue él, Pedro, y posteriormente, cuando otros le oían hablar, se sentían igualmente atraídos y deseosos de conocer a ese Jesús, el Cristo.
Pienso que hoy día la gente no está muy dispuesta a dejarse aconsejar, no se presta fácilmente a escuchar los sermones de otros… Pero eso no significa que las personas no tengan sed. Quizás no se trata ya de convencer desde la razón, sino de seducir, de transmitir experiencia de Dios para que otros se animen a experimentar lo mismo en relación con Jesús. Una prueba de ello es el gran éxito que tienen las propuestas espirituales orientales: el yoga, el zen… La gente está buscando, tiene sed, tiene inquietud.
Si deseamos vivamente ayudar de verdad a nuestros hermanos es importante que estemos preparados para dar testimonio y razón de nuestra fe. Debemos hacerlo, eso sí, en consonancia con los nuevos tiempos, sabiendo contagiar a los demás de nuestro entusiasmo y de nuestra confianza en el Señor. Que aquel que nos vea se pregunte: ¿en quién se sostiene para andar así por la vida?
¿Me siento comprometido y con deseos de transmitir a otros mi fe en Jesús? ¿Lo considero una tarea superior a mis posibilidades o veo la forma de utilizar medios y habilidades para ello? ¿Me descorazona la falta de éxito en tal cometido?