El 24 de octubre, aniversario de la muerte de nuestro Fundador, celebramos en la Iglesia su fiesta o memoria, que para nuestra Congregación reviste rango de solemnidad litúrgica. Y hoy, día 23 de diciembre, nosotros hacemos memoria, asimismo, de su nacimiento para este mundo, lo que es motivo de alegría y ocasión para rendirle gracias a Dios porque, con la vida de nuestro Fundador, nos ha otorgado el Señor tantos otros dones, sobre todo el de la comunión con su espíritu evangelizador, nacido para evangelizar.
Antonio Claret vino al mundo en Sallent (Barcelona – España) el 23 de diciembre de 1807. Esta fecha viene reconocida por la opinión más común, pues el Fundador no indica el día exacto, ni es posible comprobarlo de otro modo. Fue bautizado muy pronto, según la costumbre de aquel entonces, el mismo día de Navidad. «Me pusieron por nombre Antonio, Adjutorio, Juan» (Aut 5). Él mismo da la razón de esos nombres con que fuera bautizado, vinculados a referencias estrictamente familiares. El de María fue añadido posteriormente, con ocasión de su consagración episcopal, por devoción a la Virgen pues Ella «es mi Madre, mi Patrona, mi Maestra y mi todo después de Jesús» (cf. Aut 5).
Tras una feliz y piadosa infancia, Antonio trabajó en la pequeña fábrica de hilados y tejidos de su padre, antes de trasladarse a la capital catalana como estudiante que soñaba con dedicarse definitivamente a la industria textil. Conocemos cuáles fueron sus pasos posteriores. Su vida viró hacia otros rumbos. Dios se cruzó en su camino y lo llamó para que fuese misionero. Pero, al recordar hoy su nacimiento, nos interesa destacar el ambiente familiar en el que se fraguó su vocación apostólica.
El clima espiritual en el que transcurrieron los años de su infancia y adolescencia fue ideal dentro de aquella época y en aquel contexto. El hogar en el que creció Antonio, de niño, constituía un ámbito verdaderamente educativo en el que recibió la transmisión de los valores humanos y cristianos más auténticos. En ese ambiente arraigaron en Antonio las buenas costumbres y surgió pronto en él la inclinación a la piedad.
Al conmemorar, pues, en este día la fecha de su nacimiento, damos muchas gracias a Dios por el don de su vida misionera, iniciada en Sallent, junto al río Llobregat, y llamada a desembocar en el mar de todos los continentes para bien de la Iglesia universal.