Una vez más nos encontramos con dos apóstoles de los que, prácticamente, lo único que conocemos es el nombre. Judas es calificado por el evangelista Lucas como el de Santiago, sin duda para distinguirlo del Iscariote. Tal determinación se ha entendido a veces como hermano de Santiago y, por tanto, pariente de Jesús, de acuerdo con la lista de Marcos (6,3): «sus hermanos Santiago, José, Judas y Simón»; y a ello parece aludir el primer versículo de la carta de Judas. Pero es más correcto interpretar de Santiago como hijo de Santiago; y no es probable que parientes de Jesús que «no creían en él» (Jn 7,5; cf. Mc 3,21) hayan formado parte del grupo de los Doce. En vez de Judas, en la lista de los Doce en Mateo y Marcos figura Tadeo, por lo que una la tradición concordista ha identificado a ambos personajes y la devoción popular ha venerado a un supuesto san Judas Tadeo; pero nada nos asegura que se trate de dos nombres de la misma persona.
Simón es designado como «el cananeo» (Mc 3, 18; Mt 10, 4) o como «el celota» (Lc 6, 15; Hch 1, 13). El atributo sirve para distinguirlo de Simón Pedro. Sería anacrónico entender aquí el término celota en el sentido —muy posterior— de rebelde político y armado que ataca los ocupantes romanos; en la época de Jesús la palabra significa ante todo judío observante de la ley, escrupuloso, y cuya gran preocupación es que los demás judíos lo sean también; si se convierte en violento, lo es contra los judíos relajados; en ese sentido Pablo se califica a sí mismo como «celota» (Gal 1,14; Flp 3,6); y, según Hechos (21,20), hay en Jerusalén miles de judeocristianos «celotas» de la ley.
El P. Fundador desea encender a los misioneros el celo por la gloria de Dios, pero pone en guardia respecto del celo amargo y aconseja combinar el celo con la mansedumbre: «Soy de parecer que se ha de predicar y catequizar fortiter et suaviter y con esta miel cogeremos más moscas de pecadores e impíos que con toda la acidez y vinagre del mundo. Atendida la generalidad de la gente, haremos más mal que bien, porque los malos se endurecerán y los flacos se enloquecerán. Yo algunas veces me he querido valer del terror y siempre me he arrepentido, y nunca he tenido que arrepentirme de la suavidad, principalmente si se les hace ver el amor que se les tiene, que se les busca sin ningún interés, sino para apartarlos de los males temporales y eternos, y proporcionarles los bienes temporales y celestiales» (3, p. 45).