Este apóstol solo es conocido por su mención en las listas de los Doce; sobre él no transmite el Nuevo Testamento una sola anécdota. No conocemos ni siquiera su nombre personal, ya que Bartolomé, del arameo Bar Talmai, significa hijo del Tolmí (cf. Jos 15,14) o hijo de Tolomeo, nombre atestiguado por Flavio Josefo.
Una tradición conocida solo desde el siglo IX ha identificado a Bartolomé con el Natanael del cuarto evangelio; Natanael sería su nombre y Bartolomé su patronímico. Pero tal identificación se debe a una tendencia concordista, hoy más bien abandonada, que quiere hacer de los discípulos de Jesús en el cuarto Evangelio miembros del grupo de los Doce, grupo casi desconocido en ese evangelio.
Si tal identificación fuese histórica, poseeríamos sobre Natanael-Bartolomé unos pocos datos: natural de Caná de Galilea (cf. Jn 21,2), oyó de Felipe el primer testimonio de fe en Jesús, aunque lo recibió con escepticismo debido a su procedencia de Nazaret (cf. Jn 1,45s); pero, una vez que Jesús le ha hablado personalmente, él mismo lo confiesa como Maestro, Hijo de Dios y Rey de Israel (cf. Jn 1,49). Después de la pascua encontramos a Natanael unido a Pedro y otros discípulos en el mar de Galilea entregado a faenas pesqueras y recibiendo una aparición del Resucitado (cf. Jn 21,1-3).
Leyendas posbíblicas presentan a Bartolomé predicando en la India, Etiopía, Mesopotamia, Asia Menor… Según S. Isidoro de Sevilla, habría muerto desollado.
El P. Fundador, a la luz de la propia experiencia, contempla a los apóstoles, sin excepción, como grandes perseguidos: «¿Quién hará caso, amadísimo Teófilo, de persecuciones, calumnias y otros obstáculos que se presentarán al Misionero, viendo que Jesucristo, san Pablo y los demás Apóstoles y todos los Misioneros verdaderos han tenido que pasar por ese camino? Por eso te debes acordar de lo que dice el profeta Isaías: Y la quietud y la confianza serán vuestra fortaleza (Is 30,15). Tú procura callar, trabajar y esperar, que el Señor hará desparecer aquella tempestad. Y si tan recia es la persecución, te irás a otra ciudad (Mt 10,23), pero nunca desampararás ni abandonarás tu ministerio» (3, n. 9).