LA CARIDAD ME URGE
El slogan “Caritas Christi urget me”, tomado de san Pablo (cf. 2Cor 5,14), fue el lema que estampó el P. Claret en su escudo episcopal. No era para él una simple frase, por hermosa que sea, para lucirla. Fue la divisa de su vida, el motor que le catapultaba a trabajar continuamente y a entregarse a su misión apostólica de cuidar por el bien mayor de sus prójimos. Condensaba en sí misma el “secreto” más hondo que bullía en su alma.
¿Qué sentía el P. Claret al pronunciar estas palabras que llevaba grabadas a fuego en la propia alma? Tendríamos que pedir una sensibilidad especial, que sólo concede el Espíritu Santo, para llegar a empatizar con esa experiencia. El P. Claret, al hablar de lo más vital de su alma, usaba siempre palabras ardientes y con frecuencia sólo interjecciones. La frase que comentamos no fue para él una simple consigna teórica. Recogía la aguda punzada interior que le lanzaba a correr sin descanso de una parte a otra para ayudar a sus prójimos y evitarles una frustración irreversible y fatal. Y todo, ¡por amor!
El amor de Cristo nunca aleja ni distancia de los hermanos. El amor de Cristo nunca tranquiliza y acomoda. El amor de Cristo es enemigo declarado de toda instalación. El amor de Cristo responsabiliza de los otros (por eso Claret llama “hijo mío” a su prójimo, y jamás significó ser en su conducta una expresión paternalista). El amor de Cristo hace salir de sí, eliminando el ensimismamiento egoísta. El amor de Cristo busca el bien real de los demás por encima del propio. El amor de Cristo entiende por dónde va el camino que verdaderamente lleva a la felicidad y orienta a los demás. ¿Se atreverá el lector de estas líneas a pedir a Dios el amor de Cristo? ¿Bastará que le sobrevengan “las ganas de hacerlo” o se atreverá a amar al prójimo “sin ganas”?