En el día de san José somos invitados a centrar nuestra mirada en aquél a quien Dios «confió la custodia de sus tesoros más preciosos». De esta manera, siguiendo el ejemplo de san Antonio María Claret, invocamos con toda confianza su patrocinio y tenemos presente su humilde modo de servir y de colaborar en la economía de la salvación.
En particular ponemos delante de nuestros ojos y de nuestro corazón misionero, los rasgos que lo engrandecen: Es el esposo de María, bueno y fiel. Es el creyente que se fía de la Palabra de Dios y la obedece con todas las consecuencias. Es el hombre justo que busca soluciones en situaciones delicadas y comprometidas. í‰l da nombre a Jesús y muestra cómo se cumplen las promesas de Dios a su pueblo. Es el protector de María y de Jesús en circunstancias de persecución. Finalmente, es el trabajador que muestra la grandeza del misterio en la vida ordinaria y en el esfuerzo.
Nuestro P. Fundador recibió una iluminación divina: «El día 7 de mayo de 1865, a las tres y media de la tarde, el día del Patrocinio de san José, me dijo Jesús que fuese muy devoto de san José, que acudiese a él con confianza» (Aut 831). Para nosotros sigue siendo válida esta confianza, que afecta a nuestra misión evangelizadora. Su patrocinio debe ser invocado como aliento en el renovado empeño de evangelización en el mundo y de nueva evangelización en aquellos países y naciones en los que la vida cristiana fue floreciente y que están ahora sometidos a dura prueba. Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia tiene necesidad de un especial poder desde lo alto. Don ciertamente del Espíritu del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de san José. Que el esposo de María, padre en la tierra de Jesús, que habló elocuentemente con sus acciones, sencillo, silencioso y bueno, nos conceda a todos el servicio leal de colaborar en la misión y de continuar con entusiasmo la obra de la salvación a todos los pueblos.