Claretianas
En esta sección de la Autobiografía, Claret ofrece un resumen de lo que fue su amplia labor apostólica y social como arzobispo de Santiago de Cuba. Muy poco después de su llegada a su diócesis, se informó acerca de cómo estaba la educación de la niñez. Respecto de Santiago, pudo escribir: “el ramo de enseñanza de niñas quizás es el que está más bien montado en esta ciudad; hay dos Colegios, yo los he visitado” (EC I, p. 557). No encontró tan bien atendida la de los niños, por lo que solicitó al Gobierno de Madrid que pudieran ir a Cuba paúles y jesuitas, y establecer colegios (EC I, p. 652).
Pero se le hizo una oferta de intensificar la atención a las niñas: la Venerable M. Antonia París deseaba fundar en Santiago un convento –de clausura y enseñanza, como era frecuente en la época- bajo la guía y autoridad de Claret, a quien había conocido en Tarragona en 1850. En 1852 se traslado a Cuba con cuatro compañeras, y se pusieron manos a la obra. Los trámites tuvieron su duración y engorros, como todo en aquella época. Finalmente, el 25 de agosto de 1855, pudo Claret dejar oficialmente establecido el convento con el colegio de niñas. Nacía la Congregación de las Misioneras Claretianas.
Claret dio gran importancia a la educación. Cuando hacía las visitas pastorales, “visitaba en todas las poblaciones las escuelas de niños y de niñas” (Aut 560). Un año antes de morir, decía a sus Misioneros que había conocido en Roma una Congregación de Hermanos docentes y que le parecía que “en la actualidad son los que hacen más bien a la iglesia” (EC II, p.1406); por ello les recomendaba asumir también ese ministerio.
El hecho que hoy conmemoramos nos muestra la atención del arzobispo Claret a sus deberes como pastor: cuidar los diversos frentes de evangelización y dar cauce a nuevos carismas o formas de espiritualidad y apostolado en la Iglesia.
¿Somos nosotros constructores de Iglesia, abiertos a la pluralidad y complementariedad de servicios?