OCUPA EL ÚLTIMO LUGAR
“Pero no así vosotros” (Lc 22, 26). Jesús lo dijo a sus discípulos tras observar de cerca cómo la gente de su tiempo rivalizaba por el poder, los privilegios y el escalafón social. Él los exhorta cariñosamente a no consentir ante semejante tentación. Les recuerda que la meta de su vocación es la afabilidad en el servicio mutuo. La autoridad (el poder) y los privilegios no son cosas malas en sí mismas; pero, cuando se convierten en un valor absoluto y se utilizan para oprimir a los demás, quedan intrínsecamente pervertidas.
Los animadores de la vida cristiana surgen del pueblo de Dios para estar al servicio de ese mismo pueblo. Para prestar ese servicio hay que ponerse en sintonía con Dios y no pensar a nivel meramente humano. Por eso, los que reciben la llamada a ser los animadores de la fe de los demás jamás deben utilizar el poder y el privilegio de su posición para obtener así honores, títulos o ventajas económicas, para sí mismos o para sus allegados. Su vocación los obliga a un plus en actitud de servicio y en derroche de amor.
Cuando el P. Claret, en su Autobiografía, hace la lista del grupo fundacional de su Congregación de Misioneros, concluye así: “… Antonio Claret, yo, el ínfimo de todos; y a la verdad todos son más instruidos y más virtuosos que yo, y yo me tenía por muy feliz y dichoso al considerarme criado de todos ellos” (Aut 489).
¿Estás tú dispuesto a asumir gozosamente el servicio eclesial que se te pida y a hacer que fructifique la semilla que en ti se ha plantado, sin pararte a considerar el mayor o menor lucimiento que pueda llevar consigo? Si te han confiado un servicio de dirección o gobierno, ¿sabrás evitar la búsqueda de provecho personal y optarás por desvivirte amorosamente por las personas encomendadas?