AYER, HOY Y SIEMPRE
Más que como una doctrina o una serie de normas, el cristianismo nace como un nuevo camino (cf. Hch 9, 2; 22, 4), un nuevo género de vida que tiene a Jesucristo como norma suprema. Todo cristiano y toda vida cristiana debe ser entendida únicamente desde Cristo y en Cristo. El apóstol intenta poder decir, con verdad y sinceridad, como Pablo: “Mi vida es Cristo” (Flp 1,21). Para Pablo Cristo fue la única elocuencia, sabiduría y conocimiento, que desbarató cualquier sabiduría humana (cf. 1Cor 1,19), y que dio sentido a su vida. Lo fue también para Claret. La vida apostólica es un itinerario audaz en medio de las más variadas vicisitudes. Y Claret vivió ese género de vida.
Sostenido por su fe, el apóstol laico está llamado a trabajar por mejorar la familia, la economía, las artes y las profesiones, la política, las relaciones entre los pueblos… cuyo protagonista es siempre el hombre. Su misión es perfeccionar al hombre, humanizarlo y ordenarlo a su fin, guiado por el Mensaje de Jesús, hasta lograr una renovación de actividades, ambientes, criterios, intereses y formas de pensar.
La Iglesia ha mostrado una sintonía especial con los buscadores de la verdad, los hombres del pensamiento y la cultura, por los exploradores del hombre y del universo, y de la historia, a veces decepcionados por una búsqueda vana. Se ha interesado por la obra de los poetas y literatos y artistas, los maestros en el arte de comunicar. La Iglesia camina con ellos hacia el hombre integral, cuyo ideal es Cristo, el hombre perfecto.
¿Qué signo puedo esgrimir de mi inquietud por hacer de Cristo la norma y brújula de mi vida? ¿Mi presencia en medio de la sociedad sirve de reclamo para tomar en serio la condición humana, según el diseño de Cristo, el hombre perfecto?