MEDIACIÓN DE MARÍA
“María…”. Mujer de nuestra raza que mereció el apelativo de “la creyente” como si de un nombre nuevo se tratara: “Bendita tú, la creyente” (Lc 1,45), dijo la comunidad cristiana del siglo I a María por boca de Isabel. Con esto la reconoce y proclama como la Madre del Señor y la creyente bienaventurada; y, en el Magníficat, María expresa su experiencia profunda, personal, íntima de que Dios ha hecho cosas grandes en ella. Es una confesión de fe y de reconocimiento de su pequeñez. Todo es don gratuito de Dios.
El Concilio habló de la misión maternal de María para con toda la humanidad. Maternidad que se eterniza en el tiempo, desde el momento que ella dijo SI en la anunciación, lo mantuvo a lo largo de su vida hasta al pie de la Cruz y sigue manteniéndolo de una forma nueva hasta la recapitulación de todas las cosas en Cristo.
La mediación de María se apoya en Jesús y fomenta nuestra unión a Él. Dice el Concilio: “Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continua obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su hijo que todavía peregrinan y se hallan en peligro y ansiedad hasta que sean conducidos a la Patria Bienaventurada” (LG, 62).
María es el camino más corto para llegar a Jesús. Lo que a ella se le pida, Jesús lo realiza: “¡Haced lo que él os diga!” dice María a los servidores de las Bodas de Caná, y el vino nuevo corrió a borbotones, de tal modo que dio lugar a que el organizador del banquete hiciera un reproche al novio en el día de su boda: “todos ponen primero el vino bueno y después, cuando ya están bebidos el inferior y tú has hecho lo contrario…” (Jn 2,10). El vino que da Jesús, el vino bueno, es el amor entregado.
¿Quién es María para ti? ¿La consideras entre las cosas más preciadas como el discípulo amado declaró al pie de la Cruz?