ENTEREZA EN LA ADVERSIDAD
Este texto lo tomó Claret de la M. Ágreda en un momento personal de difícil discernimiento. Años más tarde, en 1866, habiendo sufrido persecuciones y calumnias en su servicio apostólico, publicó un opúsculo “Templo y palacio de Dios Nuestro Señor” (Barcelona 1866; 69 pp.), en que comparte con su público las lecciones de vida que de ellas ha recogido. Amigo de comparaciones y metáforas, ya en el prólogo sintetiza en una imagen la actitud del cristiano a la hora de la turbación: Cada cristiano debe hacer como un compás que de las dos puntas fija la una en el centro y con la otra se pone en movimiento hasta describir el círculo perfecto.Fijar bien el centro es poner el corazón en Dios, nunca perderlo de vista: es la dimensión contemplativa que ha de expresar toda vida cristiana, según enseñaba ya santo Tomás de Aquino. Somos templo de Dios y su Espíritu habita en nosotros, decía san Pablo (cf. 1Cor, 3,16). Y esta presencia de Dios en nosotros se va construyendo si lo amamos y guardamos su palabra; Jesús nos lo aseguró: vendremos a él y habitaremos en él (Jn 14,23). El círculo perfecto no es otra cosa que ir realizando de continuo los deberes del propio estado, según el trazado de esa misma palabra de Dios. Implica una actitud positiva en el pensar, el amar y el servir, siguiendo en todo los pasos de Jesús.Cuando organizamos así nuestra vida, vamos consolidando una paz profunda que aleja cualquier forma de turbación que nos aceche: posibles carencias, dolores físicos o espirituales, fantasías engañosas o frustraciones… Los maestros espirituales enseñaban que la turbación resultante de estos elementos dispersivos nunca es buena consejera.Tenemos que pensar qué forma adquiere la persona de Jesús en nuestra vida: ¿la de una idea abstracta? ¿la de alguien que, todo los más, saca de apuros? ¿o es el centro unificador desde donde todo lo nuestro se ilumina y se moviliza con armonía y con paz?