El mes de agosto de 1922 se reunía el XII Capítulo General de la Congregación en Vic. En Sesión número 42, 6 de septiembre, se decidía lo siguiente: “Respecto de la oferta hecha por el Sumo Pontífice a la Congregación (15.000 m2 en la zona de Parioli de Roma para construir un templo al Corazón de María), acéptala el capítulo públicamente por unanimidad atendiendo a estos motivos: 1º la generosidad del Sumo Pontífice Benedicto XV; 2º su deseo y el de su sucesor Pío XI de que aceptemos y nos encarguemos de la obra; 3º que la iglesia misma nos ayudaría y 4º que eso no nos impone ninguna obligación civil sino únicamente moral de hacerlo como y cuando podamos”[1].
Habría que comenzar desde el principio presentando a un personaje, el barón Carlo Monti, director general del fondo pro culto, que en sus frecuentes visitas al Papa Benedicto XV, de quien era amigo íntimo, le manifestó repetidas veces la idea que había concebido y el deseo de su corazón de erigir en la ciudad de Roma un templo votivo dedicado a la Santísima Virgen, Reina de la paz. En 1917 la sociedad Quartiere Valle Giulia, dueña de gran parte de los terrenos de Monti Paroli, había resuelto ofrecer al Papa unos lotes indeterminados de terreno para edificar una iglesia. Estos lotes de terreno serían determinados siempre que la Santa Sede tuviera un proyecto de construcción de un edificio sagrado. Esto le traería indirectamente a la sociedad un beneficio, pues supondría una revalorización de sus terrenos. El mismo barón Monti, quien había conocido al arquitecto Armando Brasini por el proyecto de cúpula para la iglesia de San Ignacio, le abrió las puertas del Vaticano.
Brasini, que había intervenido en la Fundación de la Sociedad Quartiere Valle Giulia conocía la cláusula arriba indicada pues él la había hecho poner, y preparó un proyecto de iglesia tipo Santa Inés de piazza Navona con canónica al lado. Al presentar dicho proyecto al Papa, acompañado del barón Monti, Benedicto XV dijo, después de examinarlo, “queremos una iglesia más monumental”. A lo que Brasini contestó: “está bien Santidad, con gusto la proyectaré, pero ¿a quién la dedicaremos?”. El barón Monti respondió: “ciertamente a la Madonna”. Benedicto XV añadió: “sí, a la Madonna y a los cuatro evangelistas”.
Concretado ya el lugar ofrecido por la compañía de terrenos, el Papa Benedicto XV envió a Mons. Tedeschini para que le examinase en compañía del barón Monti y de Brasini. Lo que respondió Tedeschini al Papa al ver aquel terreno fue: “esto es un buen pozo que sirve solo para criar ranas”. Efectivamente era un terreno bajo donde abundaba la hierba gracias al agua del subsuelo. El Papa al recibir estos mensajes negativos no aceptó la donación de estos terrenos, suavizando la negativa diciendo que aún no había fieles en el lugar, lo cual era verdad. Esto sucedía el 9 de septiembre de 1918.
Viendo esta respuesta negativa algunos de la Sociedad fueron de la opinión de que debían ofrecer otros terrenos mejor situados. Sin embargo el arquitecto Brasini se opuso porque había ya combinado una visión panorámica que hiciera juego con el puente Flaminio, que ya había concebido. Dicho puente debería unir una avenida que llegaría hasta Maresciallo Pilsudsky y Guidubaldo del Monte, de modo que se uniría el puente Flaminio con el templo, y desde allí habría una visión muy hermosa: a la derecha la cúpula del Vaticano y a la izquierda la cúpula del templo.
De todos modos estaba claro que aquella donación se debía a que el terreno no era muy apto para construir, pero sí serviría para revalorizar el terreno colindante. Así pues, Basini insistió pagando una fuerte suma de dinero a un camarero del Papa para que influyera en su favor, y proponiendo además un cambio de titular, dedicando el templo a “Santiago (patronímico del Papa Giacomo della Chiesa) y los 4 evangelistas”. Así, en pocos meses, el Papa cambiaba de opinión y aceptaba la donación, siempre con la intención de construir el templo “cuando las condiciones de la Santa Sede lo permitieran”. Pero la realidad era que el Papa no tenía ninguna intención, según opinión autorizada del P. Felipe Maroto, de meterse en un tema que suponía un exorbitante desembolso de dinero.
Mientras tanto el P. Martín Alsina estaba girando una visita por las tierras de América, que le ocuparía todo el año 1921. Desde allí, según nos cuenta el P. Joaquín Bestué, envió un cheque de 1.200.000 pesetas para comprar una casa e iglesia en Roma, ya que de la casa de via Giulia sólo teníamos algunas dependencias alquiladas[2]. Por aquellos días los claretianos tenían una lista muy grande de casas que estaban en venta. El P. Felipe Maroto envió al P. Esteban García al Vaticano para preguntar si podríamos adquirir una de ellas situada entre la Piazza de La Indipendenza y Castro Pretorio. Mons. Mariani, habló al Papa, el cual dijo a Mons. Mariani que ofreciese a los claretianos el Proyecto de Brasini en Parioli. Eran los primeros días de 1922.
Con fecha 17 de enero de 1922 el P. Joaquín Bestué, superior de la casa, escribía al P. General, ya de vuelta de América, de donde llegaba el 31 de enero, y le decía así: “Han regalado al Papa grandes terrenos en un barrio modernísimo en el cual no hay aún iglesia alguna. Uno de los que intervinieron en el asunto hablando con un Padre, al saber que nosotros buscábamos casa le dijo que podíamos nosotros emprender la obra de la Iglesia en aquellos terrenos. Objetándole el Padre que nosotros preferiríamos en ese caso, dedicarla al Corazón de María más bien que a Santiago según era la idea del donante. Aquella persona que es un monseñor de elevado cargo se lo ha dicho al Papa, quien contestó que para él la cuestión de la advocación era secundaria y que se encargará de averiguar cuáles eran nuestros proyectos y nuestras fuerzas”.
En carta del P. Maroto el 24 de enero al P. Arrrandiaga le comentaba la situación y añadía: “nos enteramos mejor de lo que había y resulta que realmente el terreno está ofrecido y aceptado por el Papa, pero legalmente no ha sido aún traspasado a la Santa Sede, además el arquitecto que propuso el proyecto tiene derecho a dirigir las obras. Habiendo hablado con él ha dicho que naturalmente hay que seguir su proyecto de templo majestuoso dedicado a Santiago etc. con un gasto ciertamente de muchos millones, tanto que aún no puede preverse, y el mismo arquitecto no espera sino comenzar a ejecutar su plan dejando a los venideros que lo desarrollen y acaben. A pesar de toda esa grandiosidad el P. Larraona dice que habríamos de seguir eso pues no dejaríamos de ir teniendo medios. Ahora con la muerte del Papa todo eso queda aún más incierto. Yo y algunos otros, persistimos en la idea de comprar el villino de vía Aurelia” (cerca de la Curia de los Franciscanos).
Pío XI mandó a Brasini simplificar el proyecto (ver Anales 1923, pg. 52), y envió nuevamente a Mons. Mariani a hablar con el P. Maroto, con quien se entrevistó también el arquitecto Brasini. Al mismo tiempo la Empresa Aedes, cesionaria de los terrenos a la Santa Sede, con fecha del 28 de abril de 1922 pasó escritura de donación a favor de la Santa Sede y prometió comprar otro terreno para completar el área.
Como dijimos al comenzar este artículo el XII Capítulo General se reunía en agosto de 1922 y tomaba la decisión de asumir el compromiso, sabiendo que la Sociedad, dueña de los terrenos, había hecho la donación al Papa dando dos años de plazo para comenzar las obras (Anales 1923, pg. 49). El día 9 de febrero de 1923 el Papa autorizaba dedicar el templo al Inmaculado Corazón de María. El día 20 de mayo de 1924, día de la Ascensión, se colocaba la primera piedra[3].
[1] Cuando se toma esta decisión tanto el Papa que hacía la oferta como el P. General que la recibía acababan de fallecer ese mismo año. Uno el 22 de enero, el otro 2 de marzo de 1922.
[2] La casa se compraría en 1926.
[3] Ver “Breves Notas para la historia del Templo Votivo Int. al I. Corazón de María. Roma”, 1954, del P. Ramón Pujol (A. G.: C-E-08-22).