DISCERNIR LA VOLUNTAD DE DIOS
“Señor, ¿qué quieres que haga?” (Hch 22,10). La pregunta de Saulo en el camino de Damasco se repite en muchas encrucijadas de la vida. Claret se la formuló cuando, en plena juventud, vio cuestionado su posible éxito en la fabricación textil: “Me hallé como Saulo por el camino de Damasco; me faltaba un Ananías que me dijese lo que había de hacer” (Aut 69). Tal situación se le repitió en otros momentos cruciales: al lanzarse a la predicación itinerante, al ser nombrado arzobispo…
En esos momentos, Claret no se fía apenas de sí mismo ni de sus cualidades. Recurre a la oración y a la escucha atenta de la Palabra de Dios. Lo consulta a personas de su confianza y reflexiona concienzudamente sobre las opiniones o pareceres que le ofrecen… Sólo así, en la decisión que tome, verá la voluntad de Dios.
Este proceso se llama hoy discernimiento. Supone la convicción de que no logro lo más noble cediendo al impulso más inmediato o espontáneo, sino reflexionando, agudizando el “oído interior”, intentando descubrir, con las mediaciones a mi alcance, qué es lo que Dios espera de mí. Esto exige capacidad de diálogo, de escucha, de confianza con otras personas por las que me dejo interpelar. Y, especialmente, se trata de saber escuchar en el fondo del corazón la voz de Dios, a través de la meditación pausada de la Escritura, de las necesidades o urgencias de mis hermanos contempladas con mirada evangélica, de los signos de los tiempos…
Y llega el momento en que hay que tonar una decisión. No puedo pasarme la vida entera paralizado, cuestionando permanentemente cuál pueda ser mi vocación o qué camino tomar. Toda decisión supone asumir riesgos y desafíos. Pero lo peor que uno puede hacer es renunciar a decidirse.
¿Cómo procedo a la hora de tomar las decisiones importantes en mi vida? ¿Con quién consulto? ¿A qué opiniones concedo mayor peso a la hora de decidirme?