XXVI Capítulo General. Discurso Inaugural del Superior General

Ago 16, 2021 | Capítulos Generales, La Congregación, Tablero, XXVI Capítulo General

Queridos hermanos:

Al igual que los discípulos que caminaban hacia Emaús con el Señor a su lado (cf. Lc 24,13-35), también nosotros nos hemos puesto en marcha hacia el XXVI Capítulo General. La tormenta de la pandemia mundial nos cogió a todos por sorpresa. Hubo momentos de oscuridad, ansiedad e incertidumbre que acosaron a muchos de nosotros. Desde la perspectiva de la fe, es maravilloso caminar hacia adelante, incluso en la oscuridad, sabiendo que la mano del Señor nos sostiene, como un padre amoroso que sostiene de cerca a su hijo mientras cruza un camino peligroso.

Nuestra Congregación es un don que el Espíritu concede a la Iglesia para que comparta su misión a través del carisma de nuestro Fundador. Nuestra razón de ser como claretianos sólo puede encontrarse en nuestra fidelidad al carisma y en su permanente actualización y renovación en las distintas épocas. Situémonos en el momento presente de nuestra historia para asumir la responsabilidad de vivir nuestro carisma hoy, sabiendo que las generaciones pasadas hicieron una buena carrera y nos legaron una gran herencia carismática. Ahora nos toca a nosotros estar a la altura de lo que estamos llamados a ser en un momento de profundos cambios y transmitir la luz de nuestro carisma a las generaciones venideras.

Hace seis años, en un acontecimiento congregacional similar a este, el Señor nos pedía que emprendiéramos un camino de transformación para poder ser relevantes en nuestro tiempo. Sabemos cómo el breve encuentro con el Papa Francisco y su invitación a “adorar, caminar y acompañar” tuvo un impacto en el último Capítulo General y en sus deliberaciones. Durante estos seis años nos hemos centrado en los tres procesos de transformación: ser Congregación en salida, comunidad de testigos y mensajeros, y adoradores de Dios en Espíritu.

El Gobierno General se tomó en serio la llamada a la transformación y la convirtió en la base de su servicio de animación en la Congregación.

Estoy agradecido al Señor por el equipo del Gobierno General. Es un equipo dotado de diferentes dones, competencias y rasgos de personalidad. Hemos podido crear un amplio espacio en el que las diferencias enriquecieran nuestro ministerio. Los valores evangélicos y el bien de la Congregación, más que los intereses y gustos particulares de cualquiera de sus miembros, han guiado el proceso de discernimiento. En gran medida, el sabio dicho “debemos ser el cambio que queremos que ocurra”, estuvo presente en nuestra ética de trabajo.

Agradezco el acompañamiento recibido de mis predecesores, especialmente de monseñor Josep Maria Abella y de Su Eminencia el cardenal Aquilino Bocos. He valorado sus puntos de vista cuando hemos tenido que tomar decisiones difíciles. El difunto P. Gustavo Alonso estuvo también presente en nuestro camino a través de sus correos, en los que expresaba sus deseos en ocasiones importantes, hasta que falleció el pasado mes de junio.

El libre flujo de energía carismática dentro de la Congregación que ha alimentado nuestra presencia en las periferias depende mucho de la calidad de las relaciones que se viven dentro de los Organismos Mayores y de estos con el Gobierno General. Cristo debe ocupar el centro de todo y el tierno amor del Corazón de María debe cualificar nuestra manera de amar.

Cada claretiano es un regalo precioso para nuestra comunidad carismática. Cuando veo cómo los padres cuidan a sus hijos, me imagino cómo cada uno de nosotros fue cuidado por nuestros padres con mucho sacrificio. Ellos dejaron que sus hijos salieran de casa para formar parte de nuestra comunidad misionera. Lo hicieron por su amor a Dios y a la Iglesia. Nuestra vocación misionera, el proyecto de Dios para nosotros en la Iglesia dentro de su plan maestro para la humanidad, es la única razón de todos los esfuerzos y sacrificios que conlleva nuestra vida y misión. Nuestra vocación es la fuente de nuestra alegría y sentido de la vida, de la comunión en la comunidad y de la entrega vital en el ministerio.

Cada uno de nosotros vive su experiencia de llamada, su vida fraterna y su apostolado en diferentes niveles de madurez y consistencia. ¡Qué orgulloso me siento de mis hermanos cuando la gente habla de lo agradecida que está por su ministerio! Nuestros hermanos que soportan duras pruebas para ser fieles a su vocación son tesoros de nuestra Congregación. Por el contrario, es desgarrador conocer situaciones en las que las limitaciones y pecados de nuestros hermanos hieren a las personas o causan sufrimiento y división en la comunidad. Sin embargo, nuestras limitaciones, fracasos y pecados pueden convertirse en bendiciones si entran en la lógica del misterio pascual, lo cual exige estar dispuestos a aprender de nuestras experiencias y dejar que el Señor actúe en nosotros.

Podemos ser una comunidad verdaderamente profética en la Iglesia cuando los valores de la confianza, el diálogo fraterno, el acompañamiento mutuo y el discernimiento espiritual forman parte de nuestra vida cotidiana a todos los niveles. En la Iglesia tenemos tres principios que guían nuestra vida común: sinodalidad, colegialidad y jerarquía. La sinodalidad potencia la responsabilidad colectiva de nuestra vida y misión y evita el desgaste de los dirigentes; la colegialidad asegura el trabajo en equipo y evita los abusos y excesos de los individuos; la jerarquía ayuda a mantener la unidad y la dirección, y a evitar la dispersión y la anarquía. Los principios de subsidiariedad, subordinación y colaboración en nuestra vida y misión guardan los límites legítimos de la libertad de acción y promueven la creatividad en la misión compartida. Solo si estamos anclados en el amor evangélico es posible el justo equilibrio de estos principios.

Se dice que nos encontramos en otro gran punto de inflexión de la historia marcado por un cambio de época. La vida eclesial y, en particular, la vida consagrada, están experimentando de muchas maneras el impacto de este cambio. Sabemos que el cambio es desconcertante para muchas personas. Podemos optar por ser ciegos ante los cambios que se producen y quedarnos con el recuerdo nostálgico de un pasado glorioso o también caer en actitudes cínicas que alimentan la depresión. O podemos acoger el camino de la necesaria renovación y transformación que el Espíritu del Señor Resucitado crea en la Iglesia.

Nuestra Congregación nació en una época de crisis política y ha vivido a lo largo de su historia tiempos duros de persecución y hostilidad hacia la Iglesia y sus instituciones. Nuestros mártires soportaron la prueba anclados en el amor de Dios y siendo fieles a la Iglesia, al igual que nuestro Fundador permaneció arraigado en el Señor y proclamó el Evangelio con audacia. El arraigo y la audacia son componentes esenciales de nuestro carisma y hoy los necesitamos aún más.

En muchos aspectos, este Capítulo General, tal como lo diseñamos en la reunión con los Superiores Mayores en Talagante en enero de 2020, es diferente a lo que hemos estado acostumbrados en el pasado. Se necesita tiempo y esfuerzo para cambiar nuestro modo de pensar y actuar. Puede haber algunos obstáculos iniciales para acostumbrarnos a los medios electrónicos y online y evitar el uso de papeles. Cuando compartimos nuestras luchas y caminamos juntos haciendo camino, el propio trayecto hará de la peregrinación una hermosa experiencia de caminar en el Señor.

Queridos hermanos, habéis participado activamente en la preparación de este Capítulo a través de las conversaciones generadoras que hemos mantenido a diferentes niveles a pesar de las limitaciones impuestas por la pandemia. Las conversaciones sinceras riegan las semillas de esperanza en nuestro interior y nos capacitan para afrontar los tiempos difíciles abrazando un proceso de transformación. Hay ciertos síntomas de malestar en nuestro cuerpo congregacional que no debemos ignorar. Las estadísticas muestran un descenso en el número de claretianos después de unos veinte años de estabilidad. Incluso después de una vigorosa reorganización, muchos de nuestros Organismos no son capaces de continuar por mucho tiempo con sus apostolados. Todavía tenemos un número significativo de claretianos que piden dispensas y secularizaciones después de muchos años de vida claretiana. Los largos años de dependencia económica de los Organismos Mayores para los gastos ordinarios también plantean preguntas sobre la responsabilidad y la capacitación. Nos preocupa cómo vivimos la unidad en la diversidad de edades, de personalidades y de culturas. Nos preguntamos qué ocurre en los jóvenes en el transcurso de una década de dedicación exclusiva a la formación inicial con vistas a su vida y ministerio futuros y cómo cada claretiano cuida el despliegue de su propio y único misterio a medida que crece en edad. Sobre todo, la cuestión crucial es cómo nuestra vida personal, nuestra comunidad y nuestras plataformas de evangelización dan a conocer a Cristo e irradian la alegría del Evangelio.

Un Capítulo General es un evento de Pentecostés congregacional. Es un momento especial del Espíritu Santo y nosotros (cf. Hechos 15,28) en un hermoso tiempo de co-creación. No es un acontecimiento cerrado, sino una fase transformadora en la vida de una Congregación. Es útil distinguir dos niveles de cambios a los que debemos estar abiertos durante el proceso capitular. Uno es a través de la planificación estratégica para abordar muchas cuestiones que nos parecen importantes. Por ejemplo, podemos considerar la posibilidad de prestar más atención y energía a la promoción vocacional, una mayor coordinación del apostolado de la educación, o mejores planes para la tercera edad, etc. La planificación estratégica es necesaria para abordar loas diversos asuntos, pero no es suficiente en tiempos de cambios de época.

Una dimensión más profunda del cambio es la dinámica de la transformación. Es algo más que la planificación de estrategias de adaptación. ¿Cómo nos convertimos en una expresión valiente, nueva y actualizada de la alegría del Evangelio en nuestro tiempo?

Estoy convencido de que, como personas y como comunidades, necesitamos abrirnos a un serio trabajo de transformación interior que no puede ser sustituido por cambios cosméticos en el comportamiento externo. ¿Qué implica esta transformación? La gente puede percibirla por los efectos que tiene en las personas y en las comunidades. Es atrapar el fuego que arde en nuestro interior sin quemarnos y propagar ese fuego allá donde vayamos. Es esta transformación la que la gente percibió en el pequeño grupo de los discípulos que fueron a predicar el Evangelio después de Pentecostés. Es esta misma transformación la que la gente vio en Claret y sus compañeros cuando salieron a predicar misiones. Para nosotros, claretianos, la transformación implica ser hombres que arden en caridad y abrasan por donde pasan. Nada nos arredra… Visualicemos esta definición del misionero que nos dio Claret haciéndola vida en nuestras vidas personales, relaciones interpersonales y apostolados. Cuando ese fuego interior se encienda, iluminará nuestro camino.

Los números son importantes. Las instituciones son necesarias. Cuando nuestros números disminuyen y las instituciones deben cerrarse, es normal que nos preocupemos. Sin embargo, me preocuparía más si se apagara el fuego del amor que arde en cada uno de nosotros y en nuestras instituciones. Claret quería que viviéramos y amáramos como lo hizo Jesús. El proceso de transformación en las vidas de cada persona y en la vida comunitaria es un itinerario progresivo y en espiral que debería alinearse con el camino de nuestros semejantes en la única peregrinación de la humanidad hacia la plenitud de la vida y el amor. ¿Podemos imaginar esto junto con el Papa Francisco que, en la encíclica Fratelli Tutti, nos ha llamado a trabajar por un mundo nuevo en el que todos seamos hermanos y hermanas?

Os invito a enriquecer el Capítulo con vuestra participación activa y responsable a través de conversaciones sinceras. Os deseo que volváis a vuestras comunidades después del Capítulo con una experiencia transformadora, como les sucedió a los discípulos que iban de camino a Emaús.

Queridos hermanos, abrámonos a la efusión del Espíritu en nuestros corazones y en el corazón de nuestra comunidad capitular. El resto son las sorpresas del Espíritu del Señor Resucitado.

Declaro abierto el XXVI Capítulo General.

Mathew Vattamattam, CMF

15 de agosto de 2021

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