ENTREGADO A TODOS
Claret fue acusado de ser el político de la aparente “no-política”. Fue muy consciente de la situación que le tocó vivir. Valoraba el servicio que los políticos deben prestar al bien común. Pero el hecho de haberse sentido, en sus años de predicador popular por Cataluña, “espiado” por unos partidos y por otros, creó en él una aversión casi visceral a todo lo que oliese a política. Sus escritos nos dejan la impresión de que su época más feliz fue el año y medio pasado en Canarias, muy probablemente por no haberse encontrado allí con luchas partidistas.Desde sus diversos cargos (arzobispo de Santiago de Cuba y confesor de la reina Isabel II), a veces colaboró con ellos e influyó cuanto pudo para que los valores del evangelio inspirasen la convivencia social. Pero, por instinto y por sentido pastoral, se mantuvo alejado de la contienda entre partidos y pidió a sus misioneros que siguieran esta misma línea de conducta.Esto no significa, naturalmente, que uno deba permanecer al margen de los proyectos y decisiones que guían la convivencia social. Pero, salvo cuando están en juego valores fundamentales, el evangelizador debe limitarse a proponer los valores del evangelio sin inclinarse a opciones políticas concretas, casi siempre discutibles, que pondrían en entredicho su libertad y, sobre todo, la necesaria atención a los que mantienen posturas diferentes. Compromiso claro con los valores esenciales (como, por ejemplo, su denuncia de la esclavitud en Cuba) y prudencia, e incluso distancia crítica, ante las diferentes mediaciones políticas constituyen la “política” de Claret, que puede iluminar también nuestra manera actual de situarnos ante el panorama social.