FORTALEZA DEL MISIONERO
Parece que el P. Claret nos dibuja un perfil del misionero o del “Hijo del Inmaculado Corazón de María” muy poco atractivo, al menos para la sensibilidad actual. Pareciera que ha de estar continuamente haciendo frente a situaciones negativas, que suponen mucho esfuerzo, privación, trabajo, sacrificio, calumnias, tormentos… Y, por si fuera poco, el P. Claret quiere que todo eso se aborde con alegría. ¿No suena a masoquismo?
Ciertamente, hay en ello mucho de autobiográfico: el P. Claret tuvo que hacer frente a situaciones muy difíciles y dolorosas: persecuciones, calumnias, difamaciones, atentados, etc. Desde luego, todo esto no se entiende si no penetramos en la motivación de fondo, que es la que da auténtico sentido a estos sacrificios.
Un cristiano no busca el sufrimiento en sí mismo, sino que lo asume como consecuencia de una entrega amorosa, sin reservas. No salva el sufrimiento, sino el amor; San Agustín decía que “al mártir no le hace tal la pena sino la causa”. Quien mucho ama, está dispuesto a aguantar lo que sea por la persona amada. Así lo expresa el P. Claret en el capítulo de la Autobiografía dedicado al amor como la virtud más necesaria al misionero: “¡Oh prójimo mío!… yo te amo… y en prueba del amor que te tengo haré y sufriré por ti todas las penas y trabajos, hasta la muerte si es menester” (Aut 448).
Lo que Claret deja bien sentado es que la vida del misionero y del testigo es cualquier cosa menos aburrimiento o rutinaria desvitalización, que está orientada a causas grandes y apasionantes.
¿Hasta dónde está dispuesto a llegar nuestro amor por Dios y por el prójimo?