SEGLAR Y APÓSTOL
Descubrir la vocación cristiana a la que hemos sido llamados y vivirla con todas las consecuencias es lo que nos va realizando como personas, lo que nos hace crecer y ser felices. Como sabemos, a partir del concilio Vaticano II se despertó en la Iglesia una creciente sensibilidad hacia los laicos. Fue como un reconocimiento de esta verdad tan elemental: que todos somos Pueblo de Dios, llamados a la construcción del Reino de Dios. Pero cada cual según sus dones y carisma. Como dice San Pablo: “Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de servicios, pero el Señor es el mismo” (1Cor 12, 4-11).
Las tareas de los laicos dependen de su vocación, que ha de ser bien discernida, atendiendo a las necesidades y cualidades de cada uno y siempre al servicio de los demás dentro de la Iglesia. Hoy día hay un buen número de laicos que viven su fidelidad a Cristo y su pertenencia a la Iglesia con entusiasmo y de una forma verdaderamente renovada. Su anuncio del Evangelio se realiza sobre todo a través del testimonio de su vida, a través de sus deberes y responsabilidades en medio de la sociedad: con sus vecinos, con sus compañeros de clase, en sus trabajos etc. Como señaló el concilio Vaticano II, es misión de los seglares transformar –en la medida de sus fuerzas– y sanear las estructuras y los ambientes del mundo.
Aún queda mucho por hacer, pero cuando más profundicemos en la vocación a la que hemos sido llamados (a través de la Palabra, de una continua formación, celebrando y compartiendo nuestra fe, en nuestro compromiso con los demás), más frutos daremos en la construcción del Reino, en comunión con otras vocaciones, en misión compartida.
¿Cómo percibo mi vocación dentro de la Iglesia?