AMOR DE MARÍA A LOS APÓSTOLES
¿Qué madre no quiere a sus hijos más que a su propia vida? Todos nosotros, por puro deseo de Cristo, somos hechos hijos adoptivos del Padre, hijos en el Hijo, e hijos de María. Y Ella, como toda Madre, goza siempre con los hijos; pero hay cosas que, sin duda, le llenan el corazón de un gozo especial. Para Claret la mayor de las alegrías de la Virgen es ver a sus hijos como apóstoles; y Claret quiere contagiar a otros esa su propia vocación apostólica.
La razón no estriba en grados o títulos, ni en honores o jerarquías; el evangelizador no es un superhombre; San Pablo decía que “llevamos este tesoro en vasijas de barro” (2Cor 4,7). La razón está en el fin que nos proponemos con el “apostolado”, en la orientación de nuestra vida. Según este texto: salvar a quienes ya redimió Cristo. O, dicho de otro modo, poner la parte que nos es propia en la obra salvadora del Señor: cooperar humildemente a que la redención ya realizada se vaya aplicando a lo largo de la historia a cada nuevo ser humano que aparece en el mundo.
El afecto materno de María nos ayudará a seguir siendo fieles a la misión recibida. No vamos solos. Nunca hay apóstoles solitarios. ¡Es falso! Reunidos de 12 en 12, de 50 en 50 o de 2 en 2… pero re-unidos, sabiéndonos comunidad enviada. Y sobre todo, sin olvidar que nada de lo que hacemos es obra nuestra: ¡siempre es de Dios!, en Él tiene su origen y su fin. Nosotros sólo “somos siervos inútiles, que hicimos lo que teníamos que hacer” (Lc 17,7-10).
Puede ser buen momento para revisar mi vida y descubrir de qué manera soy apóstol, cómo hago realidad este envío misionero que el Señor me regala hace y cómo dejo que María me aliente.