PALABRA DE VERDAD Y VIDA
Ante la imagen, que se ha hecho omnipresente en la vida moderna hasta producir la cultura de de lo audiovisual, la palabra ha perdido mucho terreno, desde la apreciación de que “se la lleva el viento”, “aburre” y es “pesada”. Y, sin embargo, la palabra es esencial al hombre: es puente de contacto –diálogo- entre las personas. Por eso la palabra adquiere relevancia especial en el diálogo entre Dios y la humanidad.
La Palabra alimenta una relación personal con el Dios vivo, que quiere salvar y santificar a todas las personas. Cuatro actitudes debemos tomar ante esta Palabra. Es necesario, en primer lugar, escuchar la Palabra en su revelación al mundo. La primera actitud del apóstol es la de “oyente de la Palabra”, de escucha de lo que Dios mismo, en cada momento, le está comunicando. Luego es preciso contemplar a Cristo, el rostro de esa Palabra encarnada y manifestada. Contemplar el rostro de Cristo, para tenerlo impreso en la propia vida como miembro de la Iglesia. En esta Iglesia, comunidad de los reunidos en el nombre de Jesús, la Palabra se hace presente: en cada persona, en cada situación y en cada acontecimiento. Es preciso que la vida del apóstol se deje configurar por la Palabra. Finalmente, el apóstol ha de estar siempre en actitud de recorrer los caminos de la Palabra como expresión viva de su vocación específica en la Iglesia. Debe poner pies, en las diversas direcciones y tareas, a la Palabra, que se dirige a todos los pueblos, sin conocer fronteras territoriales ni límites afectivos. La Palabra de Dios, que es eficaz, hay que proclamarla desde todos los rincones y por todos los medios, pues “las sociedades están desfallecidas y hambrientas, desde que no reciben el pan cotidiano de la palabra de Dios” (Aut 450).
¿Qué podríamos hacer en mi grupo apostólico para la difusión más eficaz de libros y opúsculos en orden a la formación integral de los creyentes?