AMOR A MARÍA
La santidad consiste en discernir la voluntad de Dios sobre mi vida y cumplirla; Jesucristo es el primero de la fila: ¡Aquí estoy para hacer tu voluntad! Y todos los santos, sin excepción, firmes y dispuestos. Claret se sentía enjaulado en Madrid, pero aguantaba porque sabía que era la voluntad divina. La primera pregunta que debo hacerme es si rezo y pido saber qué es lo que Dios quiere de mi vida. Con seguridad de hallar así la plenitud. Matizando al poeta A. Machado: “Caminante/ ya hay camino…”.
A veces no se ve el camino. Pero, si quieres seguir con ilusión la voluntad del Padre, firma en blanco y dile: “¡Aquí está el hijo de tu Esclava, como Ella te digo con toda mi alma: Hágase en mi, según tu Palabra!”.
Y un segundo punto en el texto que comentamos es para exclamar:¡me rindo! La Trinidad Beatísima demostró su amor a la joven nazarena llenándola de su Gracia, de privilegios y virtudes… Pero yo ¿qué puedo hacer para demostrarle mi amor?
Viene a mi memoria un texto de Fray Luis de León que deliciosamente describe al niño en brazos de su madre y, con sus manitas, le acaricia el rostro. Y comenta el poeta que es tan grande el gozo que produce la caricia que, creo yo, no sólo paga el niño todo, sino que aun la madre le queda deudora. Eso es lo que quiere María: que le demostremos que confiamos plenamente en su amor y en su ejemplo. Esa es la caricia que busca, como la forzó con el sencillo Juan Diego en el Tepeyac, cuando, angustiado por llegar con tiempo a asistir a su tío enfermo, da un rodeo para no encontrarse con la hermosa Señora. Pero Ella le sale al encuentro: no le des la vuelta al monte. ¿No sabes que soy tu Madre?
Termino esta reflexión con una súplica: “Sal, Madrecita mía, al encuentro cuando yo quiera dar la vuelta al monte. No me dejes escapar de tu mirada y amor, y haz que acaricie tu rostro con ternura de niño. Sólo eso puedo hacer en mi pequeñez”.