ITINERANTE COMO LOS APÓSTOLES
Vic es una ciudad bendita. Salvando distancias, matices y circunstancias, lo que “Cafarnaúm” fue para Jesús y su primera comunidad de discípulos, Vic lo fue para el P. Claret y sus primeros compañeros. En Vic Claret vivió, sufrió, soñó,… allí recibió su formación; allí fue llamado por la Iglesia al ministerio; en el seminario de la ciudad fundó la Congregación de sus misioneros: desde allí también, y aunque no le durara mucho, estableció su “cuartel general” de operaciones misioneras. La antigua Osona, Catalunya profunda, fue centro estratégico desde donde Claret desplegó sus afanes evangelizadores. Allí quedaron para siempre sus restos mortales, testigos silenciosos de amores y aventuras.
Vic fue un trampolín. Jamás una jaula de oro. Fue lanzadera mucho más que asiento. Si aún no has podido, amigo lector, te encarezco que viajes hasta Vic. Allá siempre se va de paso. Recorre sus rincones y plazas, déjate acariciar por el viento que derrama el altísimo Montseny, vecino centinela; déjate modelar por los húmedos fríos de sus inviernos interminables o por los sofocantes calores de sus estíos. Y, con oído atento, deja que te hablen las piedras de sus calles y caminos, escucha en silencio el mensaje de sus capillas y templos, de sus patios y rincones… detente en el lugar donde reposan, en sagrado silencio, los restos del P. Claret, para derramar la propia alma ante ellos. Que, siempre como bendito regalo, te sea permitido, allí en Vic, sentir lo que allí mismo sintió en su alma limpia y grande el P. Claret… hace ya mucho tiempo. Oí una vez decir a un sabio misionero que “Vic da calambre”. Es verdad. A nadie deja igual.
Lector amigo, ¿no es cierto que hay lugares que encienden en nuestro ser una luz esencial? ¿No es acaso cierto que existen lugares que nos mejoran como una bendición? ¿No es cierto que Vic no está tan lejos?