LO ÚNICO QUE CUENTA
Cada persona humana en alguna ocasión se pregunta para qué vive, qué es lo que verdaderamente merece la pena, qué es lo que más debe cuidar, qué es aquello que no debe malograr por nada de este mundo, porque de ello depende la propia felicidad. El P. Claret se la planteó cuando era joven en Barcelona y contaba ya con un futuro prometedor. Una frase del evangelio le hirió: “¿De qué le sirve a uno ganarlo todo si pierde su alma?” (Mc 8,36). Y, en su madurez, repite con claridad que lo que más aprecia de todo es su alma. Lo único que busca es ocupar bien su vida. Estas palabras merecen un comentario.
Claret distingue entre “vida” y “alma”. La primera –“vida”- puede entenderse como el discurrir del tiempo, limitado a una serie de años. El “alma” va referida al ser personal al completo, entendido desde lo más profundo, desde el “yo” que siempre permanece, marcado por una vocación de eternidad. Hoy le llamamos “corazón”, o centro personal, o identidad. Le llamemos como le llamemos, es, obviamente, más decisivo que lo primero.
Tal distinción le ayuda a no confundir lo valioso con lo efímero y relativo. Lo relativo siempre es importante y no debe ser despreciado; pero no es lo primero. Sin establecer esta distinción, es imposible elaborar una escala de valores acertada.
Pero, ¿qué es lo primero? ¿Qué es lo verdaderamente valioso? Claret lo expresa al hablar de “concluir su carrera y cumplir el ministerio recibido de Dios”. Lo más valioso para él es cumplir la misión recibida de Dios. Ese fue su tesoro escondido, su perla preciosa; fue el objetivo central de su vida. La verdadera plenitud no se limita a satisfacer deseos y proyectos personales; menos aún a los gustos, siempre engañosos. Dios fue para él “suficientísimo”. ¿Y para ti, amigo lector? ¿Habrá acaso otras cosas por encima de Él? Si Dios no es lo más importante, no es nada importante.