CREAR UN MUNDO FELIZ
Me he encontrado con infinidad de personas que, al preguntarles por el objetivo de su vida, me responden de forma inmediata y automática: “Yo lo que más deseo y busco en esta vida es… ser feliz”. Y lo repiten haciendo una solemne pausa, que tratan de impregnar de autenticidad y transparencia y que los hace creer que su pretensión apunta al más noble de los fines imaginables.
Claret nunca perteneció a ese grupo de personas que se dedican solamente a ser felices. Entendió que ese era un camino equivocado, aunque sí que era tan seductor como inalcanzable. Las personas conquistan la felicidad solamente cuando aman. Y amar es buscar el bien de la otra persona por encima del propio. Cuando alguien entiende esto y lo practica, ha entrado en el umbral de un camino recto y seguro que le llevará a su plenitud, aunque le sobrevengan dolores y contradicciones por el trayecto.
“Hacer felices a mis prójimos”, se repite Claret como un eco recurrente. En esa empresa encontraba una de las motivaciones más poderosas de su actuar misionero. Fue feliz haciendo felices a los prójimos. Curiosa paradoja, donde usa el verbo “hacer”. Este verbo, activo sin dobles, implica aplicarse a la acción concreta, dedicarse al otro, realizar algo por los demás, con o sin sentimientos. En labios de Claret es un verbo solitario que no necesita de otros como “sentir”, “recibir”, “cobrar” y sucedáneos.
Rumiando palabras como estas, eres invitado tú también a mirar a tu alrededor y a detenerte en las personas con las que normalmente convives. Pregúntate qué tienes que hacer para hacerlas felices. Sin duda caerás en la cuenta de que con minúsculas acciones, a tu alcance, puedes lograr arrancar una sonrisa en sus rostros y… un poco de paz en tu alma.
Amigo lector, ¿dónde buscas la felicidad? ¿La buscas de veras o sencillamente la confundes con la aburrida comodidad?