ANSIAS DE SANTIDAD
Cuando Claret, ya sacerdote, estando en el noviciado de los jesuitas en Roma, se veía “tan atrasado en virtud” –como él confiesa–, al lado de “todos los otros tan adelantados”, cultivaba un gran sentimiento de humildad. Claret valoró siempre la humildad como algo esencial para que su misión fuese eficaz y fructuosa. La valoró y la cultivó con empeño porque la necesitaba; algunos biógrafos dicen que su temperamento le inclinaba más bien a la vanidad. Tenía gran sensibilidad estética, la cual le habría llevado instintivamente a ser presumido. Consciente de ello, durante bastantes años llevó el llamado “examen particular” sobre la humildad.
Claret contemplaba a Jesús diciendo: “Aprended de mí que soy sencillo y humilde de corazón” (Mt 11, 29). A sus discípulos, lo que más les corregía Jesús era la manía de grandeza y de poder que veía en ellos, la ambición, el querer ponerse por encima de los demás. Tuvo que “trabajarlos” mucho, pues frecuentemente discutían sobre quién era el primero o el mayor. Les dijo Jesús: “Quien quiera ser el primero, que se haga el servidor de todos” (Mc 10, 43-45).
No es fácil la verdadera humildad, porque nuestra débil, frágil e insegura condición humana aspira, por compensación, a la seguridad de la grandeza y del poder. En nuestros días, la humildad verdadera escasea incluso en la Iglesia, y más aún en la sociedad. ¿No es verdad que se cultiva la ambición, se cotiza y se busca el poder, el éxito, la grandeza, la fama, lo galáctico…?
En ese ambiente que nos envuelve y nos puede envenenar, es oportuno que la conducta de Claret te pregunte por tu humidad, y te anime a que valores y cultives la verdadera humildad. Serás más libre, más servicial y más feliz. Tendrás más paz.