CONFIANZA AUN EN MEDIO DE ADVERSIDADES
Algún sicólogo de nota, contemplando un retrato del P. Claret en su época de confesor real (1857-1868), cree percibir en la comisura de sus labios signos de profundo sufrimiento. Claret confiesa que “la divina providencia siempre ha velado sobre mí de un modo particular” (Aut 7), pero en realidad, vista exteriormente, la vida de Claret es una cadena ininterrumpida de fracasos. De joven, en Barcelona, un amigo le estafa y una mujer intenta seducirle (Aut 72-73). Siendo cura de su pueblo natal (1835-1839), algunos compaisanos intentarán hacerle la vida imposible, molestando incluso a su padre (EC I, pp. 76 y 80). Cuando está viviendo la gran satisfacción de ver ya en marcha la Congregación de Misioneros, echan sobre sus hombros el arzobispado de Santiago de Cuba (Aut 491), cuya etapa final es especialmente dura: problemas con las autoridades, motes, un grave atentado en Holguín… Las haciendas en que se le acoge son pasto de las llamas (EC I, p. 1185).
La época de Madrid es un martirio casi continuo; durante los primeros meses vive en la duda constante respecto de la continuidad: “con algún pretexto me echarán a pasear” (EC I, p. 1344). Entregado a la restauración material e institucional de El Escorial, experimenta la oposición de un sector de los políticos (cf. EC II, pp. 257 y 415) e intrigas internas por celos entre sus colaboradores. Claret confesará que “El Escorial es el potro para atormentar a los que lo han de cuidar” (EC II, p. 1290).
En la época de la sana secularidad y de la teología de las realidades terrenas, no hacemos a Dios responsable de los males, pero seguimos creyendo que nada escapa a su proyecto salvífico (= providencia). Y Claret nos siguen enseñando cómo afrontar las situaciones adversas.