DIOS, MI TODO
Esto fue redactado hace 150 años, y por alguien que nunca dominó con elegancia la lengua castellana. Por lo demás, desde la época del barroco, el lenguaje de la espiritualidad se había vuelto recargado y, a veces, meloso y “sensiblero”. Quizá hoy resulte más cercano el modo de expresarse Pablo de Tarso: “vivo yo, pero no vivo yo, que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20), o bien, “para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Flp 1, 21).
Lo que domina estas expresiones de Claret es la “pasión”, el afecto, un corazón lleno a rebosar que encuentra dificultad en describir lo que en él habita. Nótese la mención del amor al comienzo y al final de la frase, y en el centro de ella el gozo. Hace unos 20 años, un entrevistador preguntaba al conocido obispo Casaldáliga si era feliz, y él respondió con énfasis: “casi feliz”. No explicó más, pero por el tono y el contexto se le entendía: es muy sensible al sufrimiento humano, pero con la convicción y experiencia evangélica del amor inconmensurable de Dios a todas sus criaturas.
A situaciones como ésta de Claret no se llega en dos días, sino después de años de búsqueda, de oración, de inmersión en lo divino. El fruto lo describe San Juan de la Cruz en versos insuperables: “En la interior bodega / de mi amado bebí, y, cuando salía,/ por toda aquesta vega / ya cosa no sabía / y el ganado perdí que antes seguía” (Cántico espiritual).
Claret, Juan de la Cruz y otros muchos nos han dejado el testimonio de una vida inmersa en Dios y feliz. Claret ya sólo entiende de amor, y de vivir en Cristo; el santo carmelita va como ebrio, y con la existencia simplificada al máximo: “ya no guardo ganado / ni ya tengo otro oficio, / que ya sólo en amar es mi ejercicio” (Cántico espiritual).
Y una última observación: eran de carne y hueso, como nosotros.