LA PAZ QUE DA EL SEÑOR
El seguimiento de Jesucristo no es un compromiso libre de dificultades, de desafíos y retos. La adversidad es un elemento fundamental en toda situación de la vida y más cuando, de manera libre y voluntaria, se asume la vocación como un don y una bendición de Dios. Vivir en la interioridad la presencia creadora de Dios, como fundamento de nuestra vida y nuestra misión, es lo que puede guardar el ánimo y sostener el compromiso que exige la Vida del Reino para estar en paz.
Confrontar la paz interior venida de Dios con nuestros intereses personales humanos nos ayuda a encontrar el verdadero sentido de la vida, de cuanto hacemos. Vivir de la fe es colocar en el centro a Dios como autor de lo que somos, realizamos y proyectamos. El encuentro de la humanidad con la divinidad es algo que nos cuestiona, nos crea y nos transforma.
El proceso de transfiguración, de transformación, es obra de Dios que nos crea y nos conduce a “revestirnos de Cristo Jesús, el Hombre Nuevo” (cf. Rm 13,14; Col 3,10). Esto no es algo fácil o sin problemas; son muchas las pruebas. En este proceso los santos han experimentado, en algunos casos, hasta un cierto abandono de Dios, o eso que los maestros de espíritu llamaban aridez, sequedad, etc. Se sabe que es un elemento peculiar de la pedagogía divina para que tengamos claro que somos creaturas y no creadores. Estas pruebas, acogidas en fe, llevan a la sabrosa experiencia de que “todo coopera al bien de los que aman a Dios (Rm 8,28). Teniendo esta mirada de fe, es normal que incluso la adversidad pueda vivirse “guardando el ánimo en paz”.
En los momentos difíciles, ¿coloco mi vida y mi trabajo en las manos de Dios? ¿He vivido algunas situaciones adversas que hayan hecho tambalearse mi fe y mi paz?