CONOCERME A MÍ EN DIOS
El conocimiento de quiénes somos nos da una conciencia más clara de quién es Dios para con nosotros; así podremos vernos como un cúmulo de dones recibidos gratuitamente de Él; veremos que lo típico de Dios es “regalar”. A Claret este conocimiento le hace vivir en una total confianza y dependencia filial del Padre, en disponibilidad para lo que el Padre quiera de él. Y esta actitud no tiene para Claret nada de servil, sino que es fuente de alegría y de una vida lograda.
Profundizar en nuestro conocimiento nos ilumina la realidad de Dios; y caminar en el conocimiento de Dios nos ayuda a saber más hondamente quiénes somos nosotros. Este doble conocimiento es como la primera piedra de nuestro propio edificio. Es un tomar mayor conciencia de cuál es nuestra verdad más profunda. Experimentarnos así, como criaturas amadas por el Creador, es un don que debemos anhelar y pedir.
Descubrir, de forma experiencial y no teórica, nuestro ser de criaturas nos revela que nuestra existencia no se apoya en nosotros mismos, sino que la hemos recibido y que constantemente la recibimos. No somos el origen de nosotros mismos, sino que hay un ser fundamental y fundante, original y originante, del que recibimos el ser; Él es quien nos da consistencia.
Pero, reconociendo esta fuente primordial y originante, también se nos revela que nuestra existencia es un proyecto de humanización, pues cuanto más humanos, más divinos. La encarnación del Hijo, el hombre perfecto, nos ilumina aún más este proyecto. Esta es la gran realidad de ser imagen y semejanza de Dios. Seremos seres «más humanos» cuanto más nos habite el Espíritu de Jesús. La fuerza del espíritu humaniza; y humanizarnos es la gran tarea.
¿En qué medida me conozco a mí mismo, mis posibilidades, mis límites…?