RECTITUD DE INTENCIÓN
En estas pocas palabras, Claret desnuda su alma. Tal vez sea su Autobiografía el escenario donde Claret se hace más transparente y sincero. Y se muestra como es: hombre de intenciones no solamente claras, sino limpias. En dos líneas recorta las motivaciones de su brega misionera, el fin de sus afanes, la razón de su pasión: Dios y los hombres. Cuatro detalles, entre otros, nos prendan:
No hay ni un milígramo de egoísmo en la frase claretiana. Jamás buscó nada para sí. Ni triunfos, ni aplausos, ni brillos… ni siquiera santidad. Todo en él fue gratuidad. Vivió para dar, para darse. No se puede ser misionero de otra forma. Su vida fue desposesión, entrega, desalojo de sí mismo, descentramiento…
Utiliza la expresión “gloria de Dios” que hoy a muchos confunde. ¿Será Dios un vanidoso?- se preguntaba un filósofo en un comentario profano al Decálogo-. ¡Nada de eso! Quien conoce bien a Dios entiende de sobra y con hechos que nada hace brillar más a Dios que la felicidad y el bien de sus hijos. Dios vive “volcado”; jamás incurvado.
¿Y qué es eso de la salvación de las “almas”? La palabra, aunque se piense lo contrario, ni es retórica, ni tampoco reductiva como alguno malinterpreta. Al hablar de “alma”, Claret sabía de sobra que si el corazón humano, su centro, no está salvado… de nada sirven perfumes ni carmines externos. La evangelización de Claret era “nuclear”.
Aparece la conjunción copulativa “y”, tan minúscula y tan grande a la vez. Quizá lo más discreto es lo más logrado de toda su frase. Niega la “o” disyuntiva, que separa y obliga siempre a quedarse con esto o con aquello. Dios y los hombres están unidos. La encarnación de Cristo lo selló para siempre.
Si el lector nos lo permite, le invitamos a que se cuestione cómo es su fe en Dios: ¿le lleva a servir? Y cómo es su servicio a los demás: ¿le lleva a Dios? No responda deprisa ni a la ligera.