ASTUCIA EVANGÉLICA
La opinión más extendida en el ámbito de la psicopedagogía coincide en señalar la gran capacidad de aprendizaje del niño cuanto más temprana es la edad. A su vez, en muchos programas educativos se resalta la necesidad de un incentivo de parte del ambiente y de los adultos para que los niños crezcan motivados y puedan vivir sanas situaciones de aprendizaje.
En la experiencia religiosa, durante siglos, padres y madres, muchas abuelas y otras personas cercanas plantaron la fe y aseguraron el proceso de transmisión de la misma de generación en generación, de hogar en hogar. Así, el primer anuncio, la cercanía de Dios, la amistad con Jesús, la oración a María y a algunos santos venía ya afianzado desde el propio contexto familiar.
Hoy vivimos, en occidente, una profunda crisis en la transmisión de la fe. Muchos hogares viven como si Dios no existiera. Por ello, lo que el Padre Claret nos enseña sigue siendo una gran verdad. Toca a los catequistas (cuando los padres no lo hacen) plantar en los niños los valores fundamentales, la apertura a Dios, la solidaridad y el respeto para con los demás, la protección de la naturaleza, y tantos otros principios…
Como siempre ha ocurrido en la historia, los grandes cambios vienen desde lo que, en las apariencias, es más frágil y débil. Recordemos cómo fue el pequeño Juan en el seno de Isabel quien advirtió antes que nadie la venida del Señor (cf. Lc 1,39-45). Esta es la manera que Dios elige para actuar. La misma precariedad del nacimiento de Jesús nos lo dice.
¿Cómo se ha realizado -o se está realizando- la transmisión de la fe en mi hogar? ¿y en el colegio o parroquia a que pertenezco o en que colaboro? ¿Hay inventiva para hacer atrayente el mensaje o la rutina amenaza con ahuyentar a los destinatarios?