EL BIEN ES MÁS FUERTE
“Vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: ‘Demonio tiene’. Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis a un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’” (Lc 7,33-34). Los evangelios nos dan testimonio de las críticas malévolas a que Jesús estuvo sometido. Y el mismo Jesús nos advierte que si él ha sido criticado y maltratado, mucho más pueden serlo sus discípulos (cf. Mt 10,25).
En estas situaciones, la actuación correcta puede ser una explicación sencilla y clara de nuestro modo de proceder; siempre, claro está, que la parte interesada esté dispuesta a escuchar, abierta a la verdad. Otras veces, como dice aquí Claret, lo más sensato es no hacer caso, para evitar el riesgo de caer en un diálogo de sordos y en un desgaste inútil de las propias fuerzas. Lo que no se debe hacer es pagar con la misma moneda. Estaríamos incurriendo en el mismo defecto de quien nos critica o nos calumnia. El apóstol Pablo nos ofrece una orientación sencilla y clara, válida para muchísimas ocasiones: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12,21). Ahora bien, este estilo de comportamiento no se logra sin más: nuestra vida debe ser alimentada constantemente por toda suerte de motivaciones y virtudes positivas. Se trata, al fin y al cabo, de que el bien que está en nosotros sea más fuerte que el mal con que pretenden atacarnos.
En un mundo en que el insulto, la ironía, la burla o la descalificación del otro están a la orden del día, especialmente en los medios de comunicación, se nos invita a dar un testimonio de fe que ponga firmeza en este terreno resbaladizo. ¿Cuál es mi reacción ante estos ambientes enrarecidos y situaciones hostiles? ¿Estoy plenamente convencido de la fuerza del bien?