EL TESTIMONIO, MEJOR QUE LA CRÍTICA
Nadie está tan libre de pecado o es tan inocente que pueda arrojar piedras a los demás (cf. Jn 8,1-11). En la escena evangélica de la adúltera, el único justo e inocente es el que jamás arrojará una piedra contra otra persona. El modo de hacer de Jesús consiste en mostrar, con la propia vida, el camino adecuado para la conversión y el cambio, y motivar a los demás para que le sigan.
La crítica o la calumnia crean muros o división entre las personas. Y el evangelizador es sobre todo un constructor de puentes y de lazos de comunión de los hombres y mujeres entre sí y con Dios. Claret se propuso no quejarse ni defenderse en caso de ser acusado o calumniado (cf. Aut 422). Probablemente el motivo de fondo era considerar que nada debía alejarle de su vocación y misión más importante: ayudar a las personas a encontrarse con Jesucristo. Si dedicaba el tiempo a defenderse, corría el riesgo de dejar el anuncio en un segundo plano. Y, por otra parte, su profunda humildad le llevaba a no hacer gala de la propia virtud.
Quizás aquí está el núcleo de la cuestión: si la vocación primordial de todo cristiano es dar testimonio de Jesucristo, debemos ser conscientes de la necesidad de que el propio “yo” no aparezca en primer plano, ni sea nuestra primera preocupación. Vistas así las cosas, nos puede resultar menos difícil saber encajar las críticas o incluso calumnias de que podamos ser objeto. Siempre nos será provechosa la conciencia que tenía Juan Bautista de que su persona debía pasar a un segundo término para que Jesús ocupase el centro: “que él crezca y yo disminuya” (Jn 3,30).
¿Qué es lo que busco en primer lugar en mis actividades: hacer valer mis razones o virtud, o que Dios sea conocido, amado y servido? ¿Tengo la capacidad de superar las pequeñas o grandes críticas injustas que me dirigen y seguir con alegría mi vocación cristiana?