RECTITUD DE INTENCIÓN
Es verdad que la rutina es una ayuda, en cuanto nos facilita la realización de lo ya acostumbrado. Pero también puede convertirse en un obstáculo a la calidad de nuestra vida. Para esta calidad precisamos activar nuestros deseos en relación con lo bueno y lo mejor y afinar nuestras intenciones convirtiéndolas en objetivos para nuestra acción, pues “el que no sabe adónde va, nunca tiene el viento a favor”, decía Séneca.
El pensamiento de Claret que comentamos es el resultado de unos ejercicios espirituales ya en sus años de madurez. Busca que las cosas necesarias (alimentarse, descansar, estudiar…), lejos de caer en la rutina, se enmarquen en el objetivo de su vida al servicio del Evangelio. Más aún, intenta darles un valor positivo para ese objetivo, según el modelo de Jesús, que también se manejó entre esas mismas necesidades.
Es cierto que ha de intervenir en esto una cierta disciplina penitencial, pero los frutos que se van obteniendo pasan pronto a experimentarse como serena y plenificadora unidad personal. Y, para vivir esta rectificación de las propias intenciones, nada mejor que hacer de ellas una plegaria, una súplica. Al Señor, que no nos niega el don del Espíritu (cf. Lc 11,14), confiamos nuestro camino espiritual.
Es así como va definiéndose el perfil del hombre apostólico, con capacidad de entrega total de sí en su tiempo, en sus cualidades, en sus afectos. Es lo que, como a Francisco de Asís, a Claret y a tantos otros santos les posibilitaba disfrutar de la irrenunciable alegría de los hijos de Dios y compartirla con sus hermanos.
¿Has podido organizar tu vida eligiendo y poniendo como eje los valores que realmente te interesan? ¿Cuáles han sido las experiencias que te han hecho íntimamente feliz en medio de las muchas cosas y personas de tu entorno?