“GRACIA GRANDE”
La Eucaristía es una “gracia grande”. Nos hemos acostumbrado a ella. De pequeños hicimos la Primera Comunión, y hemos seguido comulgando, y, como las comidas frecuentes, se nos puede volver algo rutinario e “insípido”. Claret nos recuerda hoy que la Eucaristía es algo más. Nos narra una experiencia vivida ya en edad avanzada, cuando la actividad apostólica comenzaba quizá a decaer y las persecuciones a arreciar.
La Eucaristía es mucho más que ir a Misa, más que recibir la Comunión. Claret nos habla de una experiencia mística que sólo se concede tras una vida de entrega, a quien ha ido viviendo en profundidad la Eucaristía a lo largo de su vida. Una experiencia de “gracia grande” que la concede el Señor. No es cualquier cosa; por eso Claret recuerda hasta el día y la hora. Pero ¿en qué consiste? Es algo profundo, interno, que llena y compromete del todo.
La “gracia grande” es como la culminación de haber vivido largamente el sentido de la Eucaristía. Jesús, al concluir su entrega a la misión recibida del Padre, se convierte en Eucaristía: “Esto es mi cuerpo entregado” (Lc 22, 19). Claret, cuando ya ha empleado toda su energía y ha probado todos los medios para evangelizar, recibe la “gracia grande” de convertirse en Eucaristía, de ser sagrario. No hay mejor manera de orar y de hacer frente a todos los males.
La “gracia grande” está en vivir la Eucaristía hasta lo más profundo, hasta fusionarse con ella. Así nos lo enseñan tantos mártires. Así nos lo dejó escrito, con sus palabras y su testimonio, San Ignacio de Antioquía. Jesús es pan partido y repartido para dar vida plena.
El que ha “destrozado” su vida por los otros está a tono con la Eucaristía, porque ha cumplido el encargo del Señor: “Haced esto en memoria mía”.
¿Qué es para mí la Eucaristía? ¿Cómo la vivo? ¿Qué enseñanzas me va dejando?
Concédeme, Señor, vivir la Eucaristía como una “gracia grande”. Concédeme entender tu entrega por amor, y seguirte con una entrega semejante: conviérteme en Eucaristía.