FACILITAR EL MENSAJE
Claret vive en una época en la que la predicación se caracterizaba por una oratoria pomposa y, a menudo, hueca, más preocupada de la forma que del contenido evangélico. Él, hombre de extracción popular, no está interesado en impresionar al auditorio sino en presentar con claridad la verdad del Evangelio. No se inspira, pues, en los manuales de oratoria de la época, aunque en su biblioteca posee buenas colecciones de sermones, sino, sobre todo, en el estilo de Jesús. Se podría de decir de él lo que afirma de Jesús el evangelio de Marcos: “Se servía de muchas historias y parábolas para anunciar la palabra de modo que todos pudieran comprender. No les enseñaba nada sino a base de parábolas” (Mc 4,33-34).
En su Autobiografía, Claret utiliza también un estilo sencillo y popular, a base de parábolas, comparaciones e imágenes. Entre las muchas que utilizó, podemos destacar la fragua (para referirse a su proceso de transformación interior), la miel (para explicar el poder de atracción de la mansedumbre), las dos puntas del compás (para hablar de la vida contemplativa y activa), o su referencia a los animales: perro, gallo, borrico, etc. Estaba convencido de que una imagen se recuerda mejor que una palabra.
Hoy, que vivimos en una cultura visual, tendríamos que servirnos también de las imágenes que proporcionan el cine, la televisión e internet, para hacer llegar el Evangelio de forma que la gente sencilla pudiera entenderlo. El lenguaje conceptual con el que a menudo se presenta resulta difícil para la mayoría. Humanamente hablando, el éxito de Claret como misionero sólo se explica desde su capacidad de hablar el lenguaje del pueblo y de conectar el Evangelio con las experiencias de la vida ordinaria, exactamente como hacía Jesús en su predicación. Claret no fue un teólogo ni un pensador; ni lo pretendió. Fue, sobre todo, un predicador popular.