“El Corazón de María fue Templo del Espíritu Santo y más que templo, pues de la purísima sangre de ese Corazón formó el Espíritu santo la Humanidad Santísima en las purísimas y virginales entrañas de María en el gran misterio de la Encarnación” Carta a un devoto del Corazón de María, en EC II, p. 1500
CORAZÓN DE MARÍA, TEMPLO DEL ESPÍRITU
La Encarnación
Insiste Claret en que de la sangre del Corazón de María formó el Espíritu Santo la humanidad de Jesús. Es decir, que ahí comenzó el gran misterio de amor que es la Encarnación. Pero ahí comienza también lo que el teólogo alemán J.B Metz llama “memoria peligrosa”. Es decir, una memoria que no es un recuerdo sentimental, sino el recuerdo de un coraje que desencadena una realidad provocativa. Comienza la vida de un Mesías que es alternativa. No nace un Mesías Rey en un palacio, ni va a presentar la novedad del Reino como apoyo a los afanes de poder, placer y ambición, sino el Reino que es amor, servicio, justicia y paz.
Es el contraste que señala Benedicto XVI en la entrevista que le hace el periodista Seewald y que luego reproduce en el libro “Luz del Mundo”: por un lado, “el hombre aspira a una alegría infinita, quisiera placer hasta el extremo, quisiera lo infinito”; pero unas páginas atrás denuncia que esa búsqueda de infinito se desvíe por el mundo de la droga, el turismo sexual u otras formas de falsa felicidad: “Hemos de poner de manifiesto –y vivir también- que la infinitud que el hombre necesita sólo puede prevenir de Dios”.
En el fondo, la convicción de Claret es que en el símbolo “Corazón de María” está la síntesis de todas las advocaciones que se cantan en el mundo entero. Pero, sobre todo, es seguro que los momentos cumbres o misterios de la vida de la humilde nazarena nacen y cobran todo su profundo sentido de la fuerza y del amor que brota de su Corazón. Como dice el Concilio, “al abrazar de todo corazón… la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y obra de su Hijo…” (LG 56).
¡Qué perspectivas tan profundas se nos abren al contemplar a María, Madre de Jesús y nuestra, pero también primera peregrina en la fe y la más perfecta Discípula!