TODO GRAN VIAJE COMIENZA POR UN PRIMER PASO
Hay términos que han caído un poco en desuso entre nosotros. Prácticamente nadie los pronuncia ya. Nuestra mentalidad, pretendidamente más adulta, culta, utilitaria, racionalista, técnica, “fría”… no sabe qué hacer o cómo reaccionar ante algunas palabras. Parece que la piedad tiene que ver con el afecto, la emoción, el sentimiento. Y parece que sería como aquella inclinación afectiva, con sentimiento, hacia una determinada realidad. Seguramente, al menos en algún contexto y sentido, es sinónimo de devoción, es decir, de amor, reverencia y respeto a una realidad, sea cual sea ésta. Es un término cercano también a la conmiseración, empatía, simpatía, compasión. Y es que también Dios, su nombre y su realidad, pueden inspirar y, de hecho, inspiran en la persona creyente devoción, amor, respeto, afecto, cariño reverente, ternura, veneración, culto, es decir, piedad.
La palabra “Padre”, Abbá en labios de Jesús de Nazaret, evoca con emoción aquella actitud y expresión que podríamos traducir como “papaíto”. Y es que el amor a Dios inspira y mueve muchas actitudes, comportamientos, compromisos, emociones, sentimientos…, pero sobretodo aquella actitud confiada y filial de admiración, agradecimiento, devoción, respeto, veneración, es decir, piedad.
La última revelación de Dios, contenida en la Biblia cristiana, nos viene del discípulo amado y de su comunidad: “Dios es amor”. Puede ser, y seguramente así será, que entre otros factores más individuales y humanos, también el mismo Dios va educando y formando un corazón de carne, es decir, un corazón altruista, compasivo, generoso, gratuito, humano, misericordioso, solidario. Y que lo va haciendo, además, desde la más tierna infancia, desde los primeros años de vida y desde las primeras experiencias que el niño va teniendo. Es posible también que el corazón se nos haya ido o se nos vaya endureciendo hasta quedar como un corazón de piedra… ¿Cómo andas tú de amor entrañable, filial, a tu Padre Dios?