CUENTA CON MI PEQUEÑEZ
Quiero agradecerte hoy, Señor, que hayas contado conmigo. Claret siempre se sintió indigno de su vocación misión, algo grandioso para él. Siempre agradeció, como el mejor de los regalos recibidos, el haber sido llamado, que Dios contara con él.
Ya no es fácil ver un burro cerca de nosotros. Ese animal de grandes orejas y de más grandes espaldas para soportar cargas ha sido recluido en los zoos. “No seas burro”, oí frecuentemente en mi niñez, cuando alguien quería sacarme de mi testarudez o de mi necedad. Por eso hoy me sorprende más ver a Claret fijándose en el burro del que Jesús se valió para entrar triunfante en Jerusalén. ¿Qué pudo percibir Claret en aquel insignificante asno?
Si Jesús se valió de él, ¿cómo no se va a valer de mí? Es tarea de cada día ofrecerme gustoso al Señor por si se quiere mis servicios para entrar triunfante de los enemigos en mi familia, en mi lugar de trabajo, en la sociedad. Y el haber trabajado en la viña del Señor será ya mi mejor recompensa: quedo dignificado. Los honores y alabanzas no me los puedo apropiar, no me pueden llenar de orgullo o engreimiento. El servir a Jesús es lo que me engrandece.
Claret pone sus ojos en el borrico y ve en él un ejemplo de humildad, de servicio callado y generoso. Jesús contó con Claret y lo hizo su misionero, de orejas grandes para escuchar y de más grandes espaldas para soportar el peso de la vida apostólica.
Jesús quiere valerse de mí para que sea su mensajero. El mensaje que llevo, el Evangelio que anuncio, me dignifica. ¡Participo nada menos que en la misión de Jesús, en su filiación!
¿Dejo que Jesús se valga de mí? ¿Cómo le sirvo? ¿Reconozco la gracia recibida en el Bautismo: la dignidad de ser hijo de Dios?
Señor, no soy digno de que entres en mi casa y me llames. Gracias por contar conmigo; Tú me dignificas. Proclama mi alma tu grandeza porque has contado con mi pequeñez.