EXPERIENCIAS QUE MARCAN
Normalmente el verbo comulgar ya no es muy utilizado. Fundamentalmente lo empleamos para designar esa celebración cristiana en la que se da y se toma la sagrada comunión, el pan de la eucaristía. Pero el verbo comulgar designa una relación muy estrecha e íntima, de contacto y de unión, de persona a persona, de destino con destino. Lo utilizamos cuando queremos decir, por ejemplo, que coincidimos con ideas o sentimientos de otra persona: yo comulgo contigo. El comulgar o la comunión con Jesús, con su persona, con su vida, es entrar en un ámbito de comunicación y de encuentro profundos con Él. De tal manera que él permanezca en nosotros y nosotros permanezcamos en Él. Y permanecer es un mantenerse, continuar, seguir, persistir, durar, perpetuarse, resistir, estar, quedarse, establecerse, habitar, residir, vivir… duradero, continuo. Es, si me lo permites, como un entrar en ese trato familiar, íntimo, personal con Él, para así disfrutar de su amistad, de su presencia, de su compañía, de su trato… Comulgar es un modo muy íntimo de participar en lo que quiero y siento compartir con otra persona y en lo que el otro quiere y siente compartir conmigo.
El símbolo de la comunión nos invita a dejarnos convidar por aquel que ha dispuesto el encuentro y la mesa, a encontrarnos, a reunirnos, a sentarnos en torno a la mesa, con la persona que nos ha invitado, que nos ha acogido en su casa, que ha dispuesto del encuentro. De esta manera podemos entrar en ese ámbito íntimo y profundo de amistad, de compartir, de unión con el que expresamos nuestra amistad y la reforzamos. Nada es lo mismo después de esa comunión. Por eso antes y después de la comunión con Jesús hacemos nuestra aquella oración y petición… “quédate con nosotros”, que es como decirle: permanece con nosotros, a nuestro lado, en medio de nosotros… sin Ti no podemos nada… contigo todo es posible y nos es fácil, ligero, llevadero, sencillo. ¿Dónde queda tu primera comunión con Jesús?