EL CORAZÓN DE MARÍA, MANANTIAL DE DONES
Los mariólogos, al contemplar a María en el misterio de la salvación, reconocen una apretada rama de relaciones, y tantos vínculos que se ven obligados a mostrarla como mujer abierta a la reciprocidad, como experta en encuentros, como modelo de comunión. Se ha escrito certeramente que “María es la mujer de la armonía, que reúne en sí el símbolo sagrado de las relaciones universales y de integración de todo lo creado en el misterio de la belleza cósmica que trasciende todo lo creado…” (R. Tomichá).
En el texto que ahora comentamos afloran en la intuición claretiana las dos relaciones que provocaron las mayores controversias conciliares: María en relación con Cristo frente a María en su relación con la Iglesia. La controversia fue fecunda y dio como resultado el cap. 8 de la Constitución “Lumen Gentium”, síntesis de las dos tendencias: “La Virgen santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia” (LG 63).
La Encíclica del beato Juan Pablo II “Redemptoris Mater” explicita más aún estas perspectivas. Limitémonos al texto referido a la fe: “La Madre de aquél Hijo…lleva consigo la radical novedad de la fe: el inicio de la Nueva Alianza…No es difícil, pues, notar en este inicio una particular fatiga del corazón, unida a una experiencia de ‘noche de la fe’ –usando una expresión de san Juan de la Cruz-, como un ‘velo’ a través del cual hay que acercarse al Invisible y vivir en intimidad el misterio” (RM 17b).
Por algo Claret la llamó también su “Madrina”. Que es educadora de la fe. No sé de ningún santo ni santa que la hayan llamado así: “Mi Madrina”, la que me educa en la fe, porque Ella sabe mejor que nadie el camino de esta peregrinación.