MARÍA MEDIADORA
Esta imagen de María como “cuello”, por el cual pasa la vida de la cabeza al resto del cuerpo, Claret pudo encontrarla en escritos de San Alfonso de Ligorio (s. XVIII) y de San Bernardo (s. XII), a cuya lectura fue muy aficionado. Pero en los círculos mariológicos actuales ya no se usa, quizá porque es demasiado material. Según la teología de hoy, las “gracias” no pasan por ninguna parte; la Gracia es el amor y la presencia de Dios actuante en nosotros, como una extensión del amor del Padre sobre la humanidad de Cristo Jesús. Y la recibimos mediante la fe.
Pero María es la fe viviente y de Ella recibimos la fe en Jesús, que nos une a su humanidad santa. En la humanidad de Jesús recibimos la presencia de la Trinidad que nos santifica. En ello debió de pensar Pablo VI, cuando en el Concilio declaró a María, solemnemente, “Madre de la Iglesia”. Con gozo la podemos llamar Madre de la fe, Madre de la gracia, Madre del Cristo total.
Debe quedar claro que esta realidad teológica de la mediación de María está aceptada ya hace siglos en la Iglesia. Y muchos obispos pidieron fuera declarada dogma en el Vaticano II. Pero este Concilio no pretendía promulgar dogmas, aunque sí alimentar a los fieles con buena doctrina teológico-espiritual. Y efectivamente el Vaticano II aclaró las cosas. Después de reafirmar que uno solo es el Mediador (cf. 1Tim 2,5-6), establece el papel preciso de la mediación mariana: “La misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder…pues el influjo salvífico de la Santísima Virgen… no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito… Y lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta” (LG 60). Y, un poco más adelante, el Concilio añade que María es invocada como Mediadora y “cuida de los hermanos de su Hijo” (LG 62).